book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 46
—Perdón, mi querido centauro. Sólo trataba de ser útil.
—Se supone que hemos de actuar juntos —se obstinó Thalia con tozudez—. A mí tampoco me gusta,
Zoë, pero ya sabes cómo son las profecías. ¿Pretendes desafiar al Oráculo?
Zoë hizo una mueca desdeñosa, pero era evidente que Thalia acababa de anotarse un punto.
—No podemos retrasarnos —advirtió Quirón—. Hoy es domingo. El próximo viernes, veintiuno de
diciembre, es el solsticio de invierno.
—¡Uf, qué alegría! —masculló Dioniso entre dientes—. Otra de esas aburridísimas reuniones anuales.
—Artemisa debe asistir al solsticio —observó Zoë—. Ella ha sido una de las voces que más han
insistido dentro del consejo en la necesidad de actuar contra los secuaces de Cronos. Si no asiste, los
dioses no decidirán nada. Perderemos otro año en los preparativos para la guerra.
—¿Insinúas, joven doncella, que a los dioses les cuesta actuar unidos? —preguntó el señor D.
—Sí, señor Dioniso.
Él asintió.
—Era sólo para asegurarme. Tienes razón, claro. Continuad.
—No puedo sino coincidir con Zoë —prosiguió Quirón—. La presencia de Artemisa en el Consejo de
Invierno es crucial. Sólo tenemos una semana para encontrarla. Y lo que es más importante
seguramente: también para encontrar al monstruo que ella quería cazar. Ahora tenemos que decidir
quién participa en la búsqueda.
—Tres y dos —dije.
Todos se volvieron hacia mí. Incluso Thalia olvidó su firme decisión de ignorarme.
—Se supone que han de ser cinco —razoné, algo cohibido—. Tres cazadoras y dos del Campamento
Mestizo. Parece lo justo.
Thalia y Zoë se miraron.
—Bueno —dijo Thalia—. Tiene sentido.
Zoë soltó un gruñido.
—Yo preferiría llevarme a todas las cazadoras. Hemos de contar con una fuerza numerosa.
—Vais a seguir las huellas de la diosa —le recordó Quirón—. Tenéis que moveros deprisa. Es
indudable que Artemisa detectó el rastro de ese extraño monstruo a medida que se iba desplazando
hacia el oeste. Vosotras deberéis hacer lo mismo. La profecía lo dice bien claro: «El azote del Olimpo
muestra la senda.» ¿Qué os diría vuestra señora? «Demasiadas cazadoras borran el rastro.» Un grupo
reducido es lo ideal.
Zoë tomó una pala de ping pong y la estudió como si estuviera decidiendo a quién arrear primero.
—Ese monstruo, el azote del Olimpo… Llevo muchos años cazando junto a la señora Artemisa y, sin
embargo, no sé de qué bestia podría tratarse.
Todo el mundo miró a Dioniso, imagino que porque era el único dios que había allí presente y porque
se supone que los dioses saben de estas cosas. El estaba hojeando una revista de vinos, pero levantó la
vista cuando todos enmudecieron.
—A mí no me miréis. Yo soy un dios joven, ¿recordáis? No estoy al corriente de todos los monstruos
antiguos y de esos titanes mohosos. Además, son nefastos como tema de conversación en un cóctel.
—Quirón —dije—, ¿tienes alguna idea?
Él frunció los labios.
—Tengo muchas ideas, pero ninguna agradable. Y ninguna acaba de tener sentido tampoco. Tifón, por
ejemplo, podría encajar en esa descripción. Fue un verdadero azote del Olimpo. O el monstruo marino
Ceto. Pero si uno de ellos hubiese despertado, lo sabríamos. Son monstruos del océano del tamaño de
un rascacielos. Tu padre Poseidón ya habría dado la alarma. Me temo que ese monstruo sea más
escurridizo. Tal vez más poderoso también.
—Ése es uno de los peligros que corréis —dijo Connor Stoll. (Me encantó lo de «corréis», en vez de
«corremos»)—. Da la impresión de que al menos dos de esos cinco morirán.