book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 45
—Dile a Percy que mueva el culo y baje ya.
—¿Para qué? —pregunté.
—¿Ha dicho algo? —le preguntó Thalia a Grover.
—Eh… Pregunta para qué.
—Dioniso ha convocado un consejo de los líderes de cada cabaña para analizar la profecía —dijo—.
Lo cual, lamentablemente, incluye a Percy.
***
El consejo se celebró alrededor de la mesa de ping pong, en la sala de juegos. Dioniso hizo una seña y
surgieron bolsas de nachos y galletitas saladas y unas cuantas botellas de vino tinto. Quirón tuvo que
recordarle que el vino iba contra las restricciones que le habían impuesto, y que la mayoría de nosotros
éramos menores. El señor D suspiró. Chasqueó los dedos y el vino se transformó en Coca Diet. Nadie
la probó tampoco.
El señor D y Quirón —ahora en silla de ruedas— se sentaron en un extremo de la mesa. Zoë y Bianca
di Angelo, convertida en su asistente personal o algo parecido, ocuparon el otro extremo. Thalia,
Grover y yo nos situamos en el lado derecho y los demás líderes —Beckendorf, Silena Beauregard y
los hermanos Stoll—, en el izquierdo. Se suponía que los chicos de Ares tenían que enviar también un
representante, pero todos se habían roto algún miembro durante la captura de la bandera —cortesía de
las cazadoras— y ahora reposaban en la enfermería.
Zoë abrió la reunión con una nota positiva:
—Esto no tiene sentido.
—¡Nachos! —exclamó Grover, y empezó a agarrar galletitas y pelotas de ping pong a dos manos, y a
untarlas con salsa.
—No hay tiempo para charlas —prosiguió Zoë—. Nuestra diosa nos necesita. Las cazadoras hemos de
partir de inmediato.
—¿Adónde? —preguntó Quirón.
—¡Al oeste! —dijo Bianca. Era asombroso lo mucho que había cambiado en unos pocos días con las
cazadoras. Llevaba el pelo oscuro trenzado como Zoë y recogido de manera que ahora sí podías verle la
cara. Tenía un puñado de pecas esparcidas en torno a la nariz, y sus ojos oscuros me recordaban
vagamente a los de un personaje famoso, aunque no sabía cuál. Daba la impresión de haber hecho
mucho ejercicio y su piel, como la de todas las cazadoras, brillaba levemente como si se hubiera
duchado con luz de luna—. Ya has oído la profecía: «Cinco buscarán en el oeste a la diosa
encadenada.» Podemos elegir a cinco cazadoras y ponernos en marcha.
—Sí —asintió Zoë—. ¡La han tomado como rehén! Hemos de dar con ella y liberarla.
—Se te olvida algo, como de costumbre —dijo Thalia—. «Campistas y cazadoras prevalecen unidos.»
Se supone que tenemos que hacerlo entre todos.
—¡No! —exclamó Zoë—. Las cazadoras no han menester vuestra ayuda.
—No «necesitan», querrás decir—refunfuñó Thalia—. Lo del «menester» no se oye desde hace siglos.
A ver si te pones al día.
Zoë vaciló, como si estuviera procesando la palabra correcta.
—No precisamos vuestro auxilio —dijo al fin.
Thalia puso los ojos en blanco.
—Olvídalo.
—Me temo que la profecía dice que sí necesitáis nuestra ayuda —terció Quirón—. Campistas y
cazadoras deberán colaborar.
—¿Seguro? —musitó el señor D, removiendo la Coca Diet y husmeándola como si fuera un gran
bouquet—. «Uno se perderá. Uno perecerá.» Suena más bien desagradable, ¿no? ¿Y si fracasáis
justamente por tratar de colaborar?
—Señor D —dijo Quirón, suspirando—, con el debido respeto, ¿de qué lado está usted?
Dioniso arqueó las cejas.