book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 41
Mi mente funcionaba a cien por hora. Thalia no lograría abrirse paso, pero las cazadoras estaban
divididas. Y con tantas de ellas destinadas a cubrir los flancos, habrían dejado el centro desguarnecido
y muy expuesto. Si me movía deprisa…
Miré a Beckendorf.
—¿Podéis sostener la posición vosotros solos?
Beckendorf soltó un bufido.
—Pues claro.
—Entonces voy a buscarla.
Los hermanos Stoll y Nico me lanzaron vítores mientras yo salía disparado hacia la línea divisoria.
Corría a toda velocidad y me sentía fenomenal. Salté el arroyo y entré en territorio enemigo. Ya veía su
bandera plateada un poco más adelante, con una sola cazadora de guardia que ni siquiera miraba en mi
dirección. Oí ruido de lucha a derecha e izquierda, en el espesor del bosque. ¡Estaba hecho!
La cazadora se volvió en el último momento. Era Bianca di Angelo. Abrió los ojos de par en par justo
cuando ya me abalanzaba sobre ella y la derribaba sobre la nieve.
—¡Lo siento! —grité. Arranqué del árbol la bandera de seda plateada y eché a correr otra vez.
Me había alejado diez metros cuando Bianca acertó a pedir socorro. Creía que estaba salvado.
¡Flip! Una cuerda plateada se coló entre mis tobillos y fue a enrollarse en el árbol de al lado. ¡Una
trampa disparada con arco! Antes de que pudiera pensar siquiera en detenerme, caí de bruces sobre la
nieve.
—¡Percy! —chilló Thalia desde la izquierda—. ¿Qué demonios estás haciendo?
No llegó a alcanzarme, porque justo entonces estalló una flecha a sus pies y una nube de humo amarillo
se enroscó alrededor de su equipo. Todos empezaron a toser y sufrir arcadas. A mí me llegaba el olor
del gas: una peste espantosa a sulfuro.
—¡No es justo! —jadeó Thalia—. ¡Las flechas pestilentes son antideportivas!
Me incorporé y eché a correr otra vez. Unos metros más hasta el arroyo y me alzaría con la victoria.
Varias flechas me silbaron en los oídos. Una cazadora surgió como por ensalmo y me lanzó un tajo con
su cuchillo, pero yo lo esquivé y seguí corriendo.
Oí gritos desde nuestro lado, más allá del arroyo. Beckendorf y Nico venían hacia mí disparados.
Primero creí que habían salido a darme la bienvenida, pero luego comprendí que perseguían a alguien:
a Zoë Belladona, que volaba hacia mí con una agilidad de chimpancé, esquivando a todos los campistas
que le salían al paso. Y sujetaba nuestra bandera.
—¡No! —grité, y aceleré todavía más.
Estaba sólo a medio metro del agua cuando ella cruzó de un salto al lado que le correspondía y se me
echó encima por si acaso. Las cazadoras estallaron en vítores mientras todos acudían al arroyo. Quirón
surgió de la espesura con aire ceñudo. Llevaba sobre su lomo a los hermanos Stoll, que parecían haber
recibido varios golpes muy fuertes en la cabeza. Connor Stoll tenía dos flechas en el casco que
sobresalían como un par de antenas.
—¡Las cazadoras ganan! —anunció Quirón sin ninguna alegría. Y añadió entre dientes—: Por
quincuagésima sexta vez seguida.
—¡Perseus Jackson! —chilló Thalia, acercándose.
Olía a huevos podridos y estaba tan furiosa que saltaban chispas de su armadura. Todo el mundo se
encogía y retrocedía ante la visión de la Egida. Yo tuve que emplear toda mi fuerza de voluntad para no
arrugarme.
—En nombre de todos los dioses, ¿en qué estabas pensando? —bramó.
Apreté los puños. Ya había tenido bastante mal rollo aquel día. No necesitaba más.
—¡He capturado la bandera, Thalia! —La agité ante su rostro—. He visto una ocasió ????P?&?fV6?F???( L*???,:???VvF?7R&6R( F?Rw&?L;2F?F?V??;6?( B?W&?7R&?FW&?,:?FW6&V6?F??6????FR?V&?W6W2?WF?F???',:???2v?F??