book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 39
Zoë Belladona parecía muy contrariada. No paraba de mirar a Quirón con rencor, como si no pudiera
creer que la hubiera obligado a quedarse y participar en aquel juego. A las demás cazadoras tampoco se
las veía muy contentas. Ya no se reían ni bromeaban como la noche anterior. Ahora se apiñaban en el
pabellón y susurraban entre ellas mientras se ajustaban las armaduras. Daba la impresión de que
algunas habían estado llorando. Supongo que Zoë les habría contado su pesadilla.
Nosotros teníamos en nuestro equipo a Beckendorf y a otros dos chicos de Hefesto, a unos cuantos
integrantes de la cabaña de Ares (seguía extrañándome que Clarisse no apareciera), a los hermanos
Stoll y a Nico, de la cabaña de Hermes, y a varios chicos y chicas de Afrodita. Era curioso que la
cabaña de Afrodita se prestase a jugar. Ellas habitualmente se mantenían al margen, charlando y
contemplando su reflejo en el río. Pero en cuanto se enteraron de que íbamos a enfrentarnos con las
cazadoras, se apuntaron con unas ganas enormes.
—Ya les enseñaré yo si «el amor no vale la pena» —refunfuñaba Silena Beauregard mientras se
colocaba su armadura—. ¡Las voy a pulverizar!
Y finalmente, estábamos Thalia y yo.
—Yo me encargo del ataque —propuso ella—. Tú ocúpate de la defensa.
—Eh… —Titubeé, porque había estado a punto de decir exactamente lo mismo, sólo que al revés—.
¿No te parece que con tu escudo estarías mejor defendiendo?
Thalia ya tenía la Égida en el brazo, y hasta nuestros propios compañeros mantenían las distancias y
procuraban no encogerse de miedo ante la cabeza de la Medusa.
—Bueno, justamente estaba pensando que el escudo servirá para reforzar el ataque —respondió ella—.
Además, tú tienes más práctica en la defensa.
No sabía si me tomaba el pelo o no. Yo más bien había tenido experiencias desagradables jugando de
defensa. En mi primer año, Annabeth me había utilizado como cebo para despistar al equipo contrario y
poco había faltado para que me despedazaran a lanzazos y me devorara un perro del infierno.
—Vale, es cierto —mentí.
—Genial.
Thalia se puso a ayudar a las chicas de Afrodita, pues algunas tenían problemas para ponerse la
armadura sin estropearse las uñas. Nico di Angelo se me acercó esbozando una ancha sonrisa.
—¡Esto es una pasada, Percy! —El casco de bronce, con un penacho de plumas azules en lo alto, casi
le tapaba los ojos, y su peto debía de ser unas seis tallas grande. Me pregunté si yo también habría
tenido un aspecto tan ridículo cuando llegué al campamento. Seguramente sí.
Nico alzó su espada con esfuerzo.
—¿Podemos matar a los del otro equipo?
—Eh… no.
—Pero las cazadoras son inmortales, ¿verdad?
—Sólo si no caen en combate. Además…
—Sería genial que resucitáramos en cuanto nos mataran y pudiéramos seguir peleando…
—Nico, esto va en serio. Son espadas reales. Y pueden hacer mucho daño.
Me miró, un poco defraudado, y me di cuenta de que acababa de hablar como mi madre. Grrr. Mala
señal.
Le di unas palmaditas.
—Ya verás, será fantástico. Tú limítate a seguir al equipo. Y mantente alejado de Zoë. Nos lo
pasaremos bomba.
Los cascos de Quirón resonaron en el suelo del pabellón.
—¡Héroes! —llamó—. Ya conocéis las reglas. El arroyo es la línea divisoria. El equipo azul, del
Campamento Mestizo, ocupará el bosque del oeste. El equipo rojo, de las cazadoras de Artemisa, el
bosque del este. Yo ejerceré de arbitro y médico de campaña. Nada de mutilaciones, por favor. Están
permitidos todos los artilugios mágicos. ¡A vuestros puestos!
—Estupendo —me susurró Nico—. ¿Qué tipo de artilugios mágicos? ¿Yo tengo alguno?