book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 29

chicos de la cabaña de Ares se habían enzarzado con las ninfas del bosque en una batalla de bolas de nieve. Y nada más, prácticamente. Ni siquiera Clarisse, mi antigua rival de la cabaña de Ares, parecía andar por allí. La Casa Grande estaba decorada con bolas de fuego rojas y amarillas que calentaban el porche sin incendiarlo. Dentro, las llamas crepitaban en la chimenea. El aire olía a chocolate caliente. El señor D, director del campamento, y Quirón se entretenían jugando una partida de cartas en el salón. Quirón llevaba la barba más desgreñada en invierno y algo más largo su pelo ensortijado. Ahora no tenía que adoptar la pose de profesor y supongo que podía permitirse una apariencia más informal. Llevaba un suéter lanudo con un estampado de pezuñas y se había puesto una manta en el regazo que casi tapaba del todo su silla de ruedas. Nada más vernos, sonrió. —¡Percy! ¡Thalia! Y éste debe de ser… —Nico di Angelo —dije—. Él y su hermana son mestizos. Quirón suspiró aliviado. —Lo habéis logrado, entonces. —Bueno… Su sonrisa se congeló. —¿Qué ocurre? ¿Y dónde está Annabeth? —¡Por favor! —dijo el señor D con fastidio—. No me digáis que se ha perdido también. Yo había intentado hacer caso omiso del señor D, pero era difícil ignorarlo con aquel chándal atigrado de color naranja y las zapatillas de deporte moradas (¡como si él hubiese corrido alguna vez en toda su vida inmortal!). Llevaba una corona de laurel ladeada sobre su oscuro pelo rizado. No creo que significara que había ganado la última mano a las cartas. —¿A qué se refiere? —preguntó Thalia—. ¿Quién más se ha perdido? En ese momento entró Grover, trotando y sonriendo con aire alelado. Tenía un ojo a la funerala y unas marcas rojas en la cara que parecían de una bofetada. —¡Las cazadoras ya están instaladas! —anunció. Quirón arrugó la frente. —Las cazadoras, ¿eh? Tenemos mucho de que hablar, por lo que veo. —Le echó una mirada a Nico—. Grover, deberías llevar a nuestro joven amigo al estudio y ponerle nuestro documental de orientación. —Pero… Ah, claro. Sí, señor. —¿Un documental de orientación? —preguntó Nico—. ¿Será apto para menores? Porque Bianca es bastante estricta… —Es para todos los públicos —aclaró Grover. —¡Genial! —exclamó el chico mientras salían del salón. —Y ahora —añadió Quirón dirigiéndose a nosotros—, tal vez deberíais tomar asiento y explicarnos la historia completa. *** Cuando Thalia y yo concluimos nuestro relato, Quirón se volvió hacia el señor D. —Tenemos que organizar un grupo para encontrar a Annabeth. Thalia y yo levantamos enérgicamente la mano. —¡Ni hablar! —soltó el señor D. Empezamos a protestar, pero él alzó la mano. Tenía en su mirada ese fuego iracundo que indicaba que algo espantoso podía suceder si no cerrábamos el pico. —Por lo que me habéis contado —dijo—, no hemos salido tan mal parados, después de todo. Hemos sufrido, sí, la pérdida lamentable de Annie Bell… —Annabeth —dije con rabia. Había vivido en el campamento desde los siete años y, sin embargo, el señor D todavía pretendía aparentar que no conocía su nombre.