book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 28
Capítulo 5
Hago una llamada submarina
Nunca había visto el Campamento Mestizo en invierno y la visión de la nieve me sorprendió.
El campamento dispone de un control climático de tipo mágico que es el último grito. Ninguna
borrasca atraviesa sus límites a menos que el director en persona —el señor D— lo permita. Así pues,
yo creía que haría sol y buena temperatura. Pero no: habían dejado que cayera una ligera nevada. La
pista de carreras y los campos de fresas estaban llenos de hielo. Habían decorado las cabañas con
lucecitas parpadeantes similares a las navideñas, salvo que parecían bolas de fuego de verdad. También
brillaban luces en el bosque. Y lo más extraño de todo: se veía el resplandor de una hoguera en la
ventana del desván de la Casa Grande, donde moraba el Oráculo apresado en un cuerpo momificado.
Me pregunté si el espíritu de Delfos estaría asando malvaviscos o algo por el estilo.
—Uau —dijo Nico al bajarse del autobús—. ¿Eso es un muro de escalada?
—Así es —respondí.
— ¿Cómo es que chorrea lava?
—Para ponerlo un poquito más difícil… Ven. Te voy a presentar a Quirón. Zoë, ¿tú conoces…?
—Conozco a Quirón —dijo, muy tiesa—. Dile que estaremos en la cabaña ocho. Cazadoras, seguidme.
—Os mostraré el camino —se ofreció Grover.
—Ya conocemos el camino.
—De verdad, no es ninguna molestia. Resulta bastante fácil perderse por aquí si no tienes…
Tropezó aparatosamente con una canoa, pero se levantó sin parar de hablar.
—… como mi viejo padre solía decir: ¡adelante!
Zoë puso los ojos en blanco, pero supongo que comprendió que no podría librarse de Grover. Las
cazadoras cargaron con sus petates y arcos, y se encaminaron hacia las cabañas. Antes de seguirlas,
Bianca se acercó a su hermano y le susurró algo al oído; lo miró esperando una respuesta, pero Nico
frunció el entrecejo y se volvió.
—¡Cuidaos, guapas! —les gritó Apolo a las cazadoras. A mí me guiñó un ojo—. Tú, Percy, ándate con
cuidado con esas profecías. Nos veremos pronto.
—¿Qué quieres decir?
En lugar de responder, se subió al autobús de un salto.
—¡Nos vemos, Thalia! —gritó—. ¡Y sé buena!
Le lanzó una sonrisa maliciosa, como si supiera algo que ella ignoraba. Luego cerró las puertas y
arrancó. Tuve que protegerme con una mano mientras el carro del sol despegaba entre una oleada de
calor. Cuando volví a mirar, el lago despedía una gran nube de vapor y un Maserati remontaba los
bosques, cada vez más resplandeciente y más alto, hasta que se disolvió en un rayo de sol.
Nico seguía de mal humor. Me pregunté qué le habría dicho su hermana.
—¿Quién es Quirón? —me preguntó—. Esa figura no la tengo.
—Es nuestro director de actividades —le dije—. Es… bueno, ahora lo verás.
—Si no cae bien a esas cazadoras —refunfuñó él—, para mí ya tiene diez puntos. Vamos.
***
La segunda cosa que me sorprendió fue lo vacío que estaba el campamento. Yo sabía que la mayoría de
los mestizos se entrenaban sólo en verano. Ahora únicamente quedaban los que pasaban allí todo el
año: los que no tenían un hogar adónde ir o los que habrían sufrido demasiados ataques de los
monstruos si hubieran abandonado el campamento. Pero incluso ese tipo de campistas parecían más
bien escasos.
Charles Beckendorf, de la cabaña de Hefesto, avivaba la forja que había junto al arsenal. Los hermanos
Stoll, Travis y Connor, de la cabaña de Hermes, estaban forzando la cerradura del almacén. Varios