book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 27

momento antes, se volvió marrón y empezó a humear. Por todo el pueblo surgían delgadas columnas de humo, que parecían velas de cumpleaños. Los árboles y tejados se estaban incendiando. —¡Frena! —grité. Thalia tenía en los ojos un brillo enloquecido. Tiró del volante bruscamente. Esta vez logré sujetarme. Mientras ascendíamos a toda velocidad, por la ventanilla trasera vi que el súbito regreso del frío sofocaba los incendios. —¡Allí está Long Island! —dijo Apolo, señalando al frente—. Todo derecho. Vamos a disminuir un poco la velocidad, querida. No estaría bien arrasar el campamento. Nos dirigíamos a toda pastilla hacia la costa norte de Long Island. Allí estaba el Campamento Mestizo: el valle, los bosques, la playa. Ya se divisaban el pabellón del comedor, las cabañas y el anfiteatro. —Lo tengo controlado —murmuraba Thalia—. Lo tengo… Estábamos a sólo unos centenares de metros. —Frena —dijo Apolo. —Lo voy a conseguir. —¡¡¡Frena!!! Thalia pisó el freno a fondo y el autobús describió un ángulo de cuarenta y cinco grados y fue a empotrarse en el lago de las canoas con un estruendoso chapuzón. Se alzó una nube de vapor y enseguida surgieron aterrorizadas las náyades, que huyeron con sus cestas de mimbre a medio trenzar. El autobús salió a la superficie junto con un par de canoas volcadas y medio derretidas. —Bueno —dijo Apolo con una sonrisa—. Era verdad, querida. Lo tenías todo controlado. Vamos a comprobar si hemos chamuscado a alguien importante, ¿te parece?