book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 25

—Reducción de personal —dijo Apolo—. Fueron los romanos quienes empezaron. No podían permitirse tantos templos de sacrificio, de manera que despidieron a Helios y Selene y atribuyeron a nuestros puestos todas sus funciones. Mi hermana se quedó con la luna y yo con el sol. Al principio fue una lata, pero al menos me dieron este coche impresionante. —¿Y cómo funciona? —preguntó Nico—. Yo creía que el sol era una gran esfera de gas ardiente. Apolo se echó a reír entre dientes y le alborotó el pelo. —Ese rumor seguramente se difundió porque Artemisa tenía la manía de decir que yo era un globo enorme de humo o algo así. Hablando en serio, chico, todo depende de si quieres hablar de astronomía o de filosofía. ¿Quieres que hablemos de astronomía? Bah… ¿dónde está la gracia? ¿Quieres que hablemos de lo que los humanos piensan del sol? Ah, eso ya es más interesante. Ten presente que casi todas sus apuestas dependen de cómo corra este cacharro, por así decirlo. El sol les da calor, alimenta sus cosechas, produce energía, hace que todo parezca más risueño: más soleado, vamos. Este carro está construido con los sueños de los hombres sobre el sol. Es tan antiguo como la civilización occidental. Cada día circula por el cielo, de este a oeste, iluminando la endeble vida de los pobres mortales. El carro es sencillamente una manifestación del poder del sol tal como los mortales lo perciben. ¿Lo entiendes? Nico meneó la cabeza. —Pues no. —Bueno, entonces considéralo como un coche solar muy potente y bastante peligroso. —¿Puedo conducirlo? —No. Eres demasiado joven. —¡Yo, yo! —se ofreció Grover, levantando la mano. —Humm… mejor no —decidió Apolo—. Demasiado peludo. —Miró más allá (pasándome a mí de largo) y se fijó en Thalia. —¡La hija de Zeus! —exclamó—. El señor de los cielos. Perfecto. —Uy, no. —Thalia meneó la cabeza—. Muchas gracias. —Venga ya —dijo Apolo—. ¿Qué edad tienes? Ella vaciló. —No lo sé. Era triste pero cierto. Thalia se había transformado en un árbol a los doce, y de eso hacía siete años. Es decir, ahora tendría diecinueve, si se contaba año por año. Pero ella se sentía aún como si tuviera doce y, si la observabas, llegabas a la conclusión de que estaba a medio camino entre los doce y los diecinueve. Según deducía Quirón, ella había seguido creciendo cuando era un árbol, pero mucho más despacio. Apolo se dio unos golpecitos en el labio. —Tienes quince, casi dieciséis. —¿Cómo lo sabes? —Bueno, soy el dios de la profecía. Tengo mis trucos. Cumplirás dieciséis en una semana, más o menos. —¡Es verdad!, ¡es mi cumpleaños! El veintidós de diciembre. —Lo cual significa que ya tienes edad suficiente para conducir con un permiso provisional. Thalia se removió en su asiento, nerviosa. —En… —Ya sé lo que vas a decir —la interrumpió Apolo—. Que no mereces el honor de conducir el carro del sol. —No, no iba a decir eso. —¡No te agobies! El trayecto desde Maine hasta Long Island es muy corto. Y no te preocupes por lo que le pasó a mi último alumno. Tú eres hija de Zeus. A ti no te sacará del cielo a cañonazos. Se echó a reír con ganas. Los demás no nos unimos a su regocijo.