book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 24
—Ah, sí. —Y me miró a mí, entornando los ojos—. ¿Percy Jackson?
—Aja. Digo… sí, señor.
Resultaba extraño llamar «señor» a un adolescente, pero ya había aprendido a ser prudente con los
inmortales. Se ofenden con gran facilidad. Y entonces todo salta por los aires.
Apolo me observó detenidamente, pero no dijo una palabra, cosa que me resultó un poco inquietante.
—¡Bueno! —dijo—. Será mejor que subamos. Este cacharro sólo viaja en una dirección, hacia el oeste.
Si se te escapa, te queda s en tierra.
Yo miré el Maserati. Allí cabían dos personas como máximo. Y éramos veinte.
—Un coche impresionante —dijo Nico.
—Gracias, chico —respondió Apolo.
—¿Cómo vamos a meternos todos ahí?
—Ah, bueno. —Parecía que acabase de advertir el problema—. Está bien. No me gusta cambiarlo del
modo «deportivo», pero si no hay más remedio…
Sacó las llaves y presionó el botón de la alarma. ¡Pip, pip!
Por un momento, el coche resplandeció otra vez. Cuando se desvaneció el resplandor, el Maserati había
sido reemplazado por un autobús escolar.
—Venga —dijo—. Todos, arriba.
Zoë ordenó a las cazadoras que subieran. Iba a recoger su mochila, cuando Apolo le dijo:
—Dame, cariño. Déjamela a mí.
Zoë dio un paso atrás; una mirada asesina le relampagueaba en los ojos.
—Hermanito —lo reprendió Artemisa—. No pretendas echarles una mano a mis cazadoras. No las
mires, no les hables, no coquetees con ellas. Y sobre todo, no las llames «cariño».
Apolo extendió las palmas.
—Perdón. Se me había olvidado. Oye… ¿y tú adónde vas?
—De cacería —dijo Artemisa—. No es cosa tuya.
—Ya me enteraré. Yo lo veo todo y lo sé todo.
Artemisa soltó un resoplido.
—Tú encárgate de llevarlos. ¡Sin perder el tiempo por ahí!
—Pero si nunca me entretengo por el camino…
Artemisa puso los ojos en blanco; luego nos miró.
—Nos veremos para el solsticio de invierno. Zoë, te quedas al frente de las cazadoras. Actúa como yo
lo haría.
Ella se irguió.
—Sí, mi señora.
Artemisa se arrodilló y examinó el suelo, como si buscase huellas. Cuando se incorporó, parecía
intranquila.
—El peligro es enorme. Hay que dar con esa bestia.
Echó a correr hacia el bosque y se disolvió entre la nieve y las sombras.
Apolo nos sonrió, haciendo tintinear las llaves.
—Bueno —dijo—. ¿Quién quiere conducir?
***
Las cazadoras subieron en tropel al autobús y se apelotonaron en la parte trasera para estar lo más lejos
posible de Apolo y los demás varones (como si fuésemos enfermos contagiosos). Bianca se sentó con
ellas y dejó a su hermano con nosotros, en las filas de delante, cosa que yo encontré muy desangelada
por su parte, aunque a Nico no parecía importarle.
—¡Menuda pasada! —decía él, dando saltos en el asiento del conductor—. ¿Esto es el sol de verdad?
Yo creía que Helios y Selene eran los dioses del sol y la luna. ¿Cómo se explica que unas veces sean
ellos y otras veces, tú y Artemisa?