book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 23
que relumbraba porque la chapa estaba casi al rojo. La nieve se había derretido alrededor del Maserati
en un círculo perfecto, lo cual explicaba que yo notara los zapatos mojados y que de repente pisara
hierba verde.
El conductor bajó sonriendo. Parecía tener diecisiete o dieciocho años y, por un segundo, tuve la
incómoda sensación de que era Luke, mi viejo enemigo. El mismo pelo rubio rojizo; el mismo aspecto
saludable y deportivo. Pero no. Era más alto y no tenía ninguna cicatriz en la cara, como Luke. Su
sonrisa resultaba más juguetona. (Luke no hacía más que fruncir el ceño y sonreír con desdén
últimamente.) El conductor del Maserati iba con téjanos, mocasines y una camiseta sin mangas.
—Uau —se asombró Thalia entre dientes—. Qué calor irradia este tipo.
—Es el dios del sol —dije.
—No me refería a eso.
—¡Hermanita! —gritó Apolo. Si hubiera tenido los dientes un pelín más blancos nos habría cegado a
todos—. ¿Qué tal? Nunca llamas ni me escribes. Ya empezaba a preocuparme.
Artemisa suspiró.
—Estoy bien, Apolo. Y no soy tu hermanita.
—¡Eh, que yo nací primero!
—¡Somos gemelos! ¿Cuántos milenios habremos de seguir discutiendo…?
—Bueno, ¿qué pasa? —la interrumpió—. Tienes a todas las chicas contigo, por lo que veo. ¿Necesitáis
unas clases de arco?
Artemisa apretó los dientes.
—Necesito un favor. He de salir de cacería. Sola. Y quiero que lleves a mis compañeras al
Campamento Mestizo.
—¡Claro, cielo…! Un momento. —Levantó una mano, en plan «todo el mundo quieto»—. Siento que
me llega un haiku.
Las cazadoras refunfuñaron. Por lo visto, ya conocían a Apolo. Él se aclaró la garganta y recitó con
grandes aspavientos:
Hierba en la nieve.
Me necesita Artemisa.
Yo soy muy guay.
Nos sonrió de oreja a oreja. Sin duda, esperaba un aplauso.
—El último verso sólo tiene cuatro sílabas —observó su hermana.
El frunció el ceño.
—¿De veras?
—Sí. ¿Qué tal: «Yo soy muy engreído»?
—No, no. Tiene seis. Hmm… —Empezó a murmurar en voz baja.
Zoë Belladona se volvió hacia nosotros.
—El señor Apolo lleva metido en esta etapa haiku desde que estuvo en Japón. Peor fue cuando le dio
por escribir poemas épicos. ¡Al menos un haiku sólo tiene tres versos!
—¡Ya lo tengo! —anunció Apolo—. «Soy fe-no-me-nal». ¡Cinco sílabas! —Hizo una reverencia, muy
satisfecho de sí mismo—. Y ahora, querida… ¿un transporte para las cazadoras, dices? Muy oportuno.
Iba a salir a dar una vuelta.
—También tendrías que llevar a estos semidioses —precisó Artemisa, señalándonos—. Son campistas
de Quirón.
—No hay problema. —Nos echó un vistazo—. Veamos… Tú eres Thalia, ¿verdad? Lo sé todo sobre ti.
Ella se ruborizó.
—Hola, señor Apolo.
—Hija de Zeus, ¿no? Entonces somos medio hermanos. Eras un árbol, ¿cierto? Me alegra que ya no.
No soporto ver a las chicas guapas convertidas en árboles. Recuerdo una vez…
—Hermano —lo atajó Artemisa—. Habrías de ponerte en marcha.