book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 22
Capítulo 4
Thalia incendia Nueva Inglaterra
Artemisa había asegurado que se acercaba el alba, pero nadie lo habría dicho: estaba todo más oscuro,
más frío y nevado que nunca. Allá en la colina, las ventanas de Westover Hall seguían oscuras. Me
preguntaba si los profesores habrían advertido la desaparición de los hermanos Di Angelo. Prefería no
estar allí cuando lo descubrieran. Con mi suerte, seguro que el único nombre que la señorita Latiza
recordaría sería el mío, y entonces me convertiría en víctima de una cacería humana por todo el país.
Otra vez.
Las cazadoras levantaron el campamento tan deprisa como lo habían montado. Ellas parecían tan
tranquilas en medio de la nieve, pero yo aguardaba tiritando mientras Artemisa escudriñaba el
horizonte por el este. Bianca se había sentado más allá con su hermano. Ya se veía por la expresión
sombría de Nico que estaba explicándole su decisión de unirse a la Cacería. Desde luego, ella había
s ido muy egoísta al abandonar a su hermano de aquella manera.
Thalia y Grover se me acercaron, deseosos de saber lo que había ocurrido durante mi audiencia con la
diosa.
Cuando se lo conté, Grover palideció.
—La última vez que las cazadoras vinieron al campamento, la cosa no fue demasiado bien.
—¿Por qué se habrán presentado aquí? —me pregunté—. Quiero decir, ha sido como si surgieran de la
nada.
—Y Bianca se ha unido a ellas —dijo Thalia, indignada—. La culpa la tiene Zoë. Esa presumida
insoportable…
—¿Cómo va uno a culparla? —dijo Grover, suspirando—. Toda una eternidad con Artemisa…
Thalia puso los ojos en blanco.
—Sois increíbles los sátiros. Todos loquitos por Artemisa. ¿No comprendéis que ella nunca va a
corresponderos?
—Es que… le va tanto la onda de la naturaleza. —Grover parecía casi en trance.
—Estás chiflado —le espetó Thalia.
—Me chifla, sí —dijo Grover, soñador—. Es cierto.
***
El cielo empezó a clarear por fin. Artemisa murmuró:
—Ya era hora. ¡Es tan perezoso en invierno!
—¿Estás esperando, eh… la salida del sol? —le pregunté.
—Sí, a mi hermano.
Yo no quería ser grosero. Es decir, conocía las leyendas sobre Apolo (otras veces, Helios) conduciendo
por el cielo el gran carro del sol. Pero también sabía que el sol es una estrella situada a no sé cuántos
millones de kilómetros. Ya había asimilado la idea de que algunos mitos griegos fueran ciertos, pero
vamos… no lograba imaginarme cómo iba a arreglárselas Apolo para conducir el sol.
—No es exactamente lo que tú crees —me dijo Artemisa, como si me leyese el pensamiento.
—Ah, bueno. —Empecé a relajarme—. Entonces no es que vaya a llegar…
Hubo un destello repentino en el horizonte y enseguida una gran ráfaga de calor.
—No mires —me advirtió Artemisa—. Hasta que haya aparcado.
«¿Aparcado?»
Desvié la vista y vi que los demás hacían lo mismo. La luz y el calor se intensificaron hasta que me dio
la sensación de que mi abrigo iba a derretirse. Y entonces la luz se apagó.
Me volví. No podía creerlo. ¡Era mi coche! Bueno, el coche con el que soñaba, para ser exactos. Un
Maserati Spyder descapotable rojo. Era impresionante. Resplandecía. Aunque enseguida comprendí