book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 19

—Ah. Zoë se había sentado a su derecha y me miraba de un modo furibundo, como si yo fuese el culpable de todos los males que Artemisa había descrito. Como si la mera noción de ser un chico la hubiera inventado yo. —Has de perdonar a mis cazadoras si no se muestran muy amigables contigo —dijo Artemisa—. Es rarísimo que entren chicos en este campamento. Normalmente les está prohibido el menor contacto con las cazadoras. El último que pisó el campamento… —miró a Zoë—. ¿Cuál fue? —Ese chico de Colorado. Lo transformasteis en un jackalope, mi señora. —Ah, sí —asintió Artemisa, satisfecha—. Me gusta hacer jackalopes, ya sabes, ese animal de la mitología americana, mezcla de liebre y antílope. En todo caso, te he llamado para que me hables un poco más de la mantícora. Bianca me ha contado algunas de las cosas inquietantes que el monstruo dijo. Pero quizá ella no las haya entendido bien. Quiero oírlas de tus labios. Se lo conté todo, de principio a fin. Cuando terminé, Artemisa puso una mano en su arco, pensativa. —Ya me temía que tendría que usarlo. Zoë se echó hacia delante. —¿Lo decís por el rastro, mi señora? —Sí. —¿Qué rastro? —pregunté. —Están apareciendo criaturas que yo no había cazado en milenios —murmuró Artemisa—. Presas tan antiguas que casi las había olvidado. Me miró fijamente. Vinimos aquí ayer noche porque detectamos la presencia de la mantícora. Pero ése no era el monstruo que ando buscando. Vuelve a repetirme lo que dijo el doctor Espino exactamente. —Eh… «Me horrorizan los bailes de colegio.» —No, no. Después de eso. —Dijo que alguien llamado el General me lo iba a explicar todo. Zoë palideció. Se volvió hacia Artemisa y empezó a decirle algo, pero la diosa alzó una mano. —Continúa, Percy. —Bueno, entonces se refirió al Gran Despertador… —Despertar —me corrigió Bianca. —Eso. Y dijo: «Pronto tendremos al monstruo más importante de todos. El que provocará la caída del Olimpo.» La diosa permanecía tan inmóvil como una estatua. —Quizá mentía —sugerí. Artemisa meneó la cabeza. —No, no mentía. He sido demasiado lenta en percibir los signos. Tengo que cazar a ese monstruo. Haciendo un esfuerzo para no parecer asustada, Zoë asintió. —Saldremos de inmediato, mi señora. —No, Zoë. Esto he de hacerlo sola. —Pero Artem… —Es una tarea demasiado peligrosa incluso para las cazadoras. Tú ya sabes dónde debo empezar la búsqueda, y no puedes acompañarme allí. —Como… como deseéis, mi señora. —Hallaré a esa criatura —prometió Artemisa—. Y la traeré de vuelta al Olimpo para el solsticio de invierno. Será la prueba que necesito para convencer a la Asamblea de Dioses del peligro que corremos. —¿Y usted, señora, sabe de qué monstruo se trata? —pregunté. Artemisa agarró su arco con fuerza. —Recemos para que esté equivocada. —¿Una diosa puede rezar? —inquirí, porque era una idea que nunca se me había ocurrido.