book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 15
Capítulo 3
Bianca di Angelo toma una decisión delicada
Después de ver al doctor Espino convertirse en un monstruo y caer en picado por el acantilado con
Annabeth montada en su lomo, cualquiera diría que ya nada podía impresionarme. Pero cuando aquella
chica de doce años me dijo que era la diosa Artemisa, tuve una de esas respuestas inteligentes del tipo:
«Ah… bueno.»
Lo cual no fue nada comparado con lo de Grover. El ahogó un grito, se arrodilló en la nieve y empezó a
gimotear:
—¡Gracias, señora Artemisa! Es usted tan… tan… ¡Uau!
—¡Levanta, niño cabra! —le soltó Thalia—. Tenemos otras cosas de que preocuparnos. ¡Annabeth ha
desaparecido!
—¡So! —dijo Bianca di Angelo—. Momentito. Tiempo muerto.
Todo el mundo se la quedó mirando. Ella nos fue señalando, uno a uno, como si estuviera repasando las
piezas de un rompecabezas.
—¿Quién… quiénes sois todos vosotros?
La expresión de Artemisa se ablandó un poco.
—Quizá sería mejor, mi querida niña, saber primero quién eres tú. Veamos, ¿quiénes son tus padres?
Bianca miró con nerviosismo a su hermano, que seguía contemplando maravillado a Artemisa.
—Nuestros padres murieron —dijo Bianca—. Somos huérfanos. Hay un fondo que se ocupa de pagar
nuestro colegio, pero… —titubeó. Supongo que vio en nuestra expresión que no la creíamos—. ¿Qué
pasa? —preguntó—. Es la verdad.
—Tú eres una mestiza —dijo Zoë Belladona, cuyo acento era difícil de situar. Sonaba anticuado, como
si estuviera leyendo un libro viejísimo—. A fe mía que uno de vuestros progenitores era un mortal. El
otro era un olímpico.
—¿Un olímpico? ¿Un atleta, quieres decir?
—No —dijo Zoë—. Uno de los dioses.
—¡Qué guay! —exclamó Nico.
—¡Ni hablar! —terció Bianca con voz temblorosa—. ¡No lo encuentro nada guay!
Nico se había puesto a dar saltos.
—¿Es verdad que Zeus tiene rayos con una potencia destructiva de seiscientos? ¿Y que gana puntos
extra por…?
—¡Cierra el pico, Nico! —Bianca se pasó las manos por la cara—. Esto no es tu estúpido juego de
Mitomagia, ¿sabes? ¡Los dioses no existen!
Aunque a mí me dominaba la angustia por Annabeth —lo único que deseaba era salir en su busca—, no
podía dejar de sentir lástima por los Di Angelo. Me acordaba de lo que había significado para mí
descubrir que era un semidiós.
Thalia debió de sentir algo parecido, porque la furia que brillaba en sus ojos pareció atenuarse un poco.
—Ya sé que cuesta creerlo —le dijo—, pero los dioses siguen existiendo. Créeme, Bianca. Son
inmortales. Y cuando tienen hijos con humanos, chicos como nosotros, bueno… la cosa se complica.
Nuestras vidas peligran.
—¿Como la de la chica que se ha caído? —dijo Bianca.
Thalia se dio la vuelta. Incluso Artemisa parecía afligida.
—No desesperéis —dijo la diosa—. Era una chica muy valiente. Si es posible encontrarla, yo la
encontraré.
—Entonces ¿por qué no nos dejas ir a buscarla? —pregunté.