book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 135
—No ha muerto —insistió—. Lo sé. Tal como tú lo sabías de mí.
Aquella comparación no me hizo muy feliz.
Las ciudades se deslizaban cada vez más deprisa; sus manchas de luz se sucedían una tras otra a toda
velocidad, hasta que llegó un momento en que el paisaje entero se convirtió en una alfombra reluciente
que corría a nuestros pies. Se aproximaba el amanecer. El cielo se volvía gris hacia el este. Y al fondo
se extendía ante nosotros un resplandor blanco y amarillo de proporciones colosales. Eran las luces de
Nueva York.
«¿Qué tal la velocidad, jefe? —alardeó Blackjack—. ¿Nos vamos a ganar una ración extra de heno o
qué?»
«Eres un machote, Blackjack —le dije—. Bueno, un caballote.»
—Tú no me crees —prosiguió Annabeth—, pero volveremos a ver a Luke. Está en un aprieto terrible.
Cronos lo tiene hechizado.
A mí no me apetecía discutir, aunque estaba furioso. ¿Cómo podía albergar algún tipo de sentimiento
por aquel bicho? ¿Cómo era posible que siguiera buscándole excusas? Luke se había merecido aquella
caída. Merecía… Sí, por qué no decirlo: merecía morir. A diferencia de Bianca y Zoë. No podía estar
vivo. No sería justo.
—Allí está. —Era la voz de Thalia; se había despertado y señalaba la isla de Manhattan, que aumentaba
de tamaño a toda velocidad—. Ya ha empezado.
—¿El qué?
Miré hacia donde ella me indicaba. Muy por encima del Empire State, el Olimpo desplegaba su propia
isla de luz: una montaña flotante y resplandeciente, con sus palacios de mármol destellando en el aire
de la mañana.
—El solsticio de invierno —dijo Thalia—. La Asamblea de los Dioses.