book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 134
«No hay problema —contestó Blackjack—. Salvo con ese mortal de ahí. Espero que él no venga.»
Le aseguré que el doctor Chase no nos acompañaba. El profesor observaba boquiabierto a los pegasos.
—Fascinante —dijo—. ¡Qué capacidad de maniobra! Me pregunto cómo se compensa el peso del
cuerpo con la envergadura de las alas…
Blackjack ladeó la cabeza.
«¿Quéééé?»
—Si los británicos hubieran contado con estos pegasos en las cargas de caballería de Crimea —
prosiguió el doctor—, el ataque de la brigada ligera…
—¡Papá! —lo cortó Annabeth.
Él parpadeó, miró a su hija y sonrió.
—Lo siento, querida. Sé que debes irte.
Le dio con torpeza un último abrazo y, cuando ella se disponía a montar en Guido, le dijo:
—Annabeth, ya sé… que San Francisco es un lugar peligroso para ti. Pero recuerda que siempre
tendrás un hogar en casa. Nosotros te mantendremos a salvo.
Ella no respondió, pero tenía los ojos enrojecidos cuando se volvió. El doctor Chase iba a añadir algo
más, pero se lo pensó mejor. Alzó una mano con tristeza y se perdió en la oscuridad.
Thalia, Annabeth y yo subimos a nuestros pegasos. Remontamos por los aires sobre la bahía y volamos
hacia el este. Muy pronto San Francisco se convirtió en una medialuna reluciente a nuestras espaldas,
con algún que otro relámpago destellando por el norte.
***
Thalia estaba tan exhausta que se quedó dormida sobre el lomo de Porkpie. Considerando su miedo a
las alturas, debía de estar muy cansada para dormirse en pleno vuelo. Pero tampoco tenía de qué
preocuparse. Su pegaso volaba sin dificultades y, de vez en cuando, se reacomodaba el peso sobre el
lomo para mantenerla bien sujeta.
Annabeth y yo volábamos uno al lado del otro.
—Tu padre parece estupendo —le dije.
Estaba demasiado oscuro para ver su expresión. Ella se volvió, aunque California ya había quedado
muy atrás.
—Sí, supongo —contestó—. Hemos pasado tantos años discutiendo…
—Eso me habías dicho.
—¿Crees que mentía? —me soltó en tono retador, aunque sin demasiada energía, como si se lo
estuviera preguntando a sí misma.
—Yo no he dicho que mintieras. Simplemente… parece buena persona. Y tu madrastra también.
Quizá… se han relajado un poco desde la última vez que los viste.
Ella vaciló.
—La cuestión es que se han instalado en San Francisco, Percy. Y yo no puedo vivir tan lejos del
campamento.
No me atrevía a hacer la siguiente pregunta. Temía oír la respuesta. Pero la hice igualmente.
—¿Y qué vas a hacer ahora?
Sobrevolamos una ciudad, una isla de luces en medio de la oscuridad. Pasó tan deprisa como si
fuésemos en avión.
—No lo sé —reconoció—. Pero gracias por rescatarme.
—No hay de qué. Somos amigos.
—¿No creíste que estuviera muerta?
—Nunca.
Ella titubeó.
—Tampoco Luke lo está, ¿sabes? Quiero decir… no ha muerto.
Me la quedé mirando. No sabía si se le había ido la cabeza con tanta tensión o qué.
—Annabeth, esa caída ha sido tremenda. No es posible…