book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 136
Capítulo 19
Los dioses deciden por votación cómo matarnos
Volar ya era de por sí bastante malo para un hijo de Poseidón. Pero volar directamente al palacio de
Zeus entre truenos y relámpagos todavía era peor.
Volamos en círculo sobre el centro de Manhattan, trazando una órbita alrededor del monte Olimpo. Yo
sólo había estado allí una vez. Había subido en ascensor hasta la planta secreta número 600 del Empire
State. Esta vez el Olimpo aún me deslumbró más.
En la penumbra del alba, las antorchas y hogueras hacían que los palacios construidos en la ladera
reluciesen con veinte colores distintos, desde el rojo sangre hasta el índigo. Por lo visto, en el Olimpo
nadie dormía nunca. Las tortuosas callejuelas se veían atestadas de semidioses, de espíritus de la
naturaleza y diosecillos menores que iban y venían, unos caminando y otros conduciendo carros o
llevados en sillas de mano por un par de cíclopes. El invierno no parecía existir allí. Percibí la fragancia
de los jardines, inundados de jazmines, rosas y otras flores incluso más delicadas que no sabría
nombrar. Desde muchas ventanas se derramaba el suave sonido de las liras y de las flautas de junco.
En la cima de la montaña se levantaba el mayor palacio de todos: la resplandeciente morada de los
dioses.
Nuestros pegasos nos dejaron en el patio delantero, frente a unas enormes puertas de plata. Antes de
que se me ocurriese llamar, las puertas se abrieron por sí solas.
«Buena suerte, jefe», me dijo Blackjack.
—Sí. —No sabía por qué, pero tenía un presentimiento funesto. Nunca había visto a todos los dioses
juntos. Sabía que cualquiera de ellos podía pulverizarme y que a varios les encantaría hacerlo.
«Oiga, si no volviera, ¿puedo quedarme con su cabaña como establo?»
Miré al pegaso.
«Sólo era una idea —añadió—. Perdón.»
Blackjack y sus amigos salieron volando. Durante un minuto, Thalia, Annabeth y yo permanecimos
inmóviles, mirando el palacio, tal como habíamos permanecido los tres frente a Westover Hall al
principio de aquella aventura (parecía que hiciera un millón de años).
Luego avanzamos juntos hacia la sala del trono.
***
Doce grandes tronos formaban una U alrededor de la hoguera central, igual que las cabañas en el
campamento. En el techo relucían todas las constelaciones, incluso la más reciente: Zoë la cazadora,
avanzando por los cielos con su arco.
Todos los asientos se hallaban ocupados. Los dioses y diosas medían unos cuatro metros de altura. Y te
aseguro una cosa: si alguna vez vieses a una docena de seres todopoderosos e imponentes volviendo
sus ojos hacia ti… Bueno, en ese caso, enfrentarte a una pandilla de monstruos te parecería un picnic.
—Bienvenidos, héroes —dijo Artemisa.
—¡Muuuu!
Sólo entonces vi a Grover y Bessie.
Había una esfera de agua suspendida en el centro de la estancia, junto a la zona de la hoguera. Bessie
nadaba alegremente en su interior, agitando su cola de serpiente y asomando la cabeza por los lados y
la base de la esfera. Parecía disfrutar aquella novedad de nadar en una burbuja mágica. Grover
permanecía de rodillas ante el trono de Zeus, como si acabase de rendir cuentas. Pero nada más vernos,
exclamó:
—¡Bravo! ¡Lo habéis conseguido!
Iba a correr a nuestro encuentro cuando recordó que le estaba dando la espalda a Zeus y levantó la vista
para solicitar su permiso.