book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 130
—La primera sangre de una nueva guerra —dijo Atlas, muy ufano. Y descargó de golpe su jabalina.
Más rápida que el pensamiento, Artemisa se revolvió en el suelo. El arma pasó rozándola y ella se
apresuró a agarrarla del mango. Tiró de él, usándolo como palanca, y le lanzó una patada al titán, que
salió disparado por los aires. Lo vi caer sobre mí y comprendí lo que iba a suceder. Aflojé un poco la
presión de mis manos bajo el cielo y, en cuanto el titán se me vino encima, no traté de sostenerlo. Me
dejé arrastrar por el impacto y eché a rodar con las pocas fuerzas que me quedaban.
El peso del cielo cayó directamente sobre la espalda de Atlas y a punto estuvo de laminarlo. Logró
ponerse de rodillas mientras forcejeaba para quitarse de encima aquella fuerza aplastante. Pero ya era
tarde.
—¡¡Nooooo!! —bramó con tanta fuerza que la montaña entera tembló—. ¡¡Otra vez nooooo!!
Atlas estaba atrapado de nuevo bajo su vieja carga.
Traté de incorporarme pero me caí, mareado de dolor. Mi cuerpo entero parecía arder.
Thalia había ido arrinconando a Luke cerca de un precipicio, pero aún seguían luchando junto al ataúd
de oro. Ella tenía lágrimas en los ojos. Luke se defendía con el pecho ensangrentado y el rostro
reluciente de sudor.
Se lanzó sobre Thalia inesperadamente, pero ella le asestó un golpe con su escudo que le arrancó la
espada de las manos, mandándola tintineando entre las rocas. De inmediato le puso la punta de su lanza
en la garganta.
Se produjo un silencio sepulcral.
—¿Y bien? —dijo Luke. Procuraba disimular, pero percibí el miedo en su voz.
Thalia temblaba de furia.
Annabeth apareció a su espalda renqueando, por fin libre de sus ataduras. Tenía la cara magullada y
cubierta de mugre.
—¡No lo mates!
—Es un traidor —dijo Thalia—. ¡Un traidor!
Aunque todavía me sentía aturdido, reparé en que Artemisa ya no estaba a mi lado. Había corrido hacia
las rocas negras entre las que había caído Zoë.
—Llevémoslo —rogó Annabeth—. Al Olimpo. Puede… sernos útil.
—¿Es eso lo que quieres, Thalia? —le espetó Luke, sonriendo con desdén—. ¿Regresar triunfalmente
al Olimpo para complacer a tu padre?
Thalia titubeó y él hizo un intento desesperado de arrebatarle la lanza.
—¡No! —gritó Annabeth, aunque demasiado tarde.
Sin vacilar, Thalia lo rechazó de una patada. Luke perdió el equilibrio y cayó al vacío con una mueca
de terror.
—¡Luke! —chilló Annabeth.
Corrimos al borde del precipicio. A nuestros pies, el ejército del Princesa Andrómeda se había detenido
en seco. Todos miraban consternados el cuerpo sin vida de Luke sobre las rocas. A pesar de lo mucho
que lo odiaba, no pude soportar aquella visión. Quería creer que aún seguía vivo, pero era imposible.
Había sido una caída de quince metros por lo menos, y no se movía.
Uno de los gigantes miró hacia arriba y gruñó:
—¡Matadlos!
Thalia estaba muda de dolor. Las lágrimas corrían por sus mejillas. La aparté del precipicio al ver que
nos arrojaban una lluvia de lanzas y jabalinas, y echamos a correr hacia las rocas sin hacer caso de las
maldiciones y amenazas de Atlas.
—¡Artemisa! —grité.
La diosa levantó la vista con una expresión casi tan desolada como la de Thalia. El cuerpo de Zoë yacía
entre sus brazos. Aún respiraba; tenía los ojos abiertos. Pero…
—La herida está emponzoñada —dijo Artemisa.
—¿Atlas la ha envenenado? —pregunté.