book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 128
En cuanto a mí, cometí la mayor estupidez de mi vida, lo cual ya es decir. Ataqué al titán, al señor
Atlas.
El se echó a reír mientras me acercaba. Una enorme jabalina apareció en sus manos y su traje de seda
se disolvió para convertirse en una armadura de combate griega.
—¡Vamos allá!
—¡Percy! —exclamó Zoë—. ¡Cuidado!
Sabía por qué me advertía. Quirón ya me lo había explicado hacía mucho: «Los inmortales deben
atenerse a las antiguas reglas. Un héroe, en cambio, puede ir a todas partes y desafiar a quienquiera,
siempre que tenga el valor suficiente.» Ahora bien, una vez que yo lo había atacado, Atlas era libre de
responder a mi ataque con toda su fuerza.
Blandí mi espada, pero él me golpeó con el mango de su jabalina. Salí volando y me estrellé contra un
muro negro. Ya no era la Niebla. El palacio se estaba alzando, piedra a piedra. Se estab