book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 120
Corrimos hacia un Volkswagen descapotable amarillo, aparcado en el sendero. El sol estaba ya muy
bajo. Calculé que nos quedaba menos de una hora para salvar a Annabeth.
***
—¿No corre más este cacharro? —preguntó Thalia.
Zoë le lanzó una mirada furibunda.
—No puedo controlar el tráfico.
—Sonáis las dos igual que mi madre —les dije.
—¡Cierra el pico! —respondieron ambas al unísono.
Avanzábamos serpenteando entre los coches por el Golden Gate. El sol se hundía ya en el horizonte
cuando llegamos por fin al condado de Marin y salimos de la autopista.
Ahora la carretera era estrechísima y avanzaba en zigzag rodeada de bosques, subiendo montañas y
bordeando escarpados barrancos. Zoë no disminuyó la velocidad.
—¿Por qué huele a pastillas para la tos? —pregunté.
—Son eucaliptos —repuso ella, señalando los enormes árboles que nos rodeaban.
—¿Es esa cosa que comen los koalas?
—Y los monstruos —contestó—. Les encanta masticar las hojas. Sobre todo a los dragones.
—¿Los dragones mascan hojas de eucalipto?
—Créeme —dijo Zoë—, si tuvieras el aliento de un dragón, tú también las mascarías.
No se lo discutí, pero mantuve los ojos bien abiertos. Ante nosotros se alzaba el monte Tamalpais.
Supongo que, para ser una montaña, era más bien pequeña, pero parecía inmensa a medida que nos
acercábamos.
—O sea, que ésa es la Montaña de la Desesperación —dije.
—Sí —respondió Zoë con voz tensa.
—¿Por qué la llaman así?
Ella permaneció en silencio durante casi un kilómetro.
—Después de la guerra entre dioses y titanes, muchos titanes fueron castigados y encarcelados. A
Cronos lo cortaron en pedazos y lo arrojaron al Tártaro. El general que comandaba sus fuerzas, su
mano derecha, fue encerrado ahí, en la cima de la montaña, junto al Jardín de las Hespérides.
—El General —dije. Las nubes se iban arremolinando alrededor de la cumbre, como si la montaña las
atrajera y las hiciera girar como peonzas.
—¿Qué es eso? ¿Una tormenta?
Zoë no respondió. Tuve la sensación de que sabía lo que significaban aquellas nubes. Y no le gustaba
nada.
—Hemos de concentrarnos —advirtió Thalia—. La Niebla aquí es muy intensa.
—¿La mágica o la natural?
—Ambas.
Las nubes grises seguían espesándose sobre la montaña. Y nosotros nos dirigíamos hacia ??:??,:???2FV?F?V?&?7VRG,:2&??FW&?&??2V?V?W76??&?W'F??vF?FR&'&?6?2?&?62???,:?V??"7V?F?<:&??2?"V?7W'fVR6R',:?V?w&???,:?6?f??v?VR?R?????F"V?&?FRV?V?6?V?F???( L*?&B?W&??W7F?V?F??6W2FW&????2FRF?&?"?7W'f?V??"FW6&V6?;2G&2????F;??( L+?\:?W&?( G&VwV?L;2F????( EV?&&6?&??6?( FF??^( B??V?F?????&V<:?V?7'V6W&???'&?;2?V6????2???2??( L+?V?FR?V?S???R?',:?wW7FF?FV6?"VR??W7F&6VwW&???L:?G&F'6RFRV?6???6?FV?6??W&???6,:?VR?????W&?V?&??6W6?G,;6?VF?V?7'V6W&?FV???:?6?FR?V?R?W7F&?6?F?V??????"W6?????,:?V?f?F??6??FR??:?W&V?;???6???F?FR?fVv"?7F6?f?&??FW6FR?6?7FW7FR??