book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 12

No pude replicar, porque justo en ese momento me zarandeó una fuerza invisible. *** Vista retrospectivamente, la jugada de Annabeth fue genial. Con su gorra de invisibilidad puesta, embistió contra los Di Angelo y contra mí al mismo tiempo, derribándonos al suelo, lo cual pilló por sorpresa al doctor Espino y lo dejó paralizado durante una fracción de segundo. Lo suficiente para que la primera descarga de proyectiles pasara zumbando por encima de nuestras cabezas. Thalia y Grover avanzaron entonces desde atrás: Thalia empuñaba a Égida, su escudo mágico. Si nunca has visto a Thalia entrando en combate, no sabes lo que es pasar miedo en serio. Para empezar, tiene una lanza enorme que se expande a partir de ese pulverizador de defensa personal que lleva siempre en el bolsillo. Pero lo que intimida de verdad es su escudo: un escudo trabajado como el que usa su padre Zeus (también llamado Égida), obsequio de Atenea. En su superficie de bronce aparece en relieve la cabeza de Medusa, la Gorgona, y aunque no llegue a petrificarte como la auténtica, resulta tan espantosa que la mayoría se deja ganar por el pánico y echa a correr nada más verla. Hasta el doctor Espino hizo una mueca y se puso a gruñir cuando la tuvo delante. Thalia atacó con su lanza en ristre. —¡Por Zeus! Yo creí que Espino estaba perdido: Thalia le había clavado la lanza en la cabeza. Pero él soltó un rugido y la apartó de un golpe. Su mano se convirtió en una garra naranja con unas uñas enormes que soltaban chispas a cada arañazo que le daba al escudo de Thalia. De no ser por la Égida, mi amiga habría acabado cortada en rodajitas. Gracias a su protección, consiguió rodar hacia atrás y caer de pie. El estrépito del helicóptero se hacia cada vez más fuerte a mi espalda, pero no me atrevía a volverme ni un segundo. El doctor le lanzó otra descarga de proyectiles a Thalia y esta vez vi cómo lo hacía. Tenía cola: una cola curtida como la de un escorpión, con una punta erizada de pinchos. La Égida desvió la andanada, pero la fuerza del impacto derribó a Thalia. Grover se adelantó de un salto. Con sus flautas de junco en los labios, se puso a tocar una tonada frenética que un pirata habría bailado con gusto. Ante la sorpresa general, empezó a surgir hierba entre la nieve y, en unos segundos, las piernas del doctor quedaron enredadas en una maraña de hierbajos gruesos como una soga. Espino soltó un rugido y comenzó a transformarse. Fue aumentando de tamaño hasta adoptar su verdadera forma, con un rostro todavía humano pero el cuerpo de un enorme león. Su cola afilada disparaba espinas mortíferas en todas direcciones. —¡Una mantícora! —exclamó Annabeth, ya visible. Se le había caído su gorra mágica de los Yankees cuando nos tiró al suelo. —¿Quiénes sois vosotros? —preguntó Bianca di Angelo—. ¿Y qué es esa cosa? —Una mantícora —respondió Nico, jadeando—. ¡Tiene un poder de ataque de tres mil, y cinco tiradas de salvación! Yo no entendí qué decía, pero tampoco tenía tiempo de preguntárselo. La mantícora había desgarrado las hierbas mágicas de Grover y se volvía ya hacia nosotros con un gruñido. —¡Al suelo! —gritó Annabeth, derribando a los Di Angelo sobre la nieve. En el último momento, me acordé de mi propio escudo. Pulsé el botón de mi reloj y la chapa metálica se expandió en espiral hasta convertirse en un escudo de bronce. Justo a tiempo. Las espinas se estrellaron contra él con tal fuerza que incluso lo abollaron. El hermoso escudo, regalo de mi hermano, resultó seriamente dañado. Ni siquiera estaba seguro de que pudiese parar una segunda descarga. Oí un porrazo y un gañido. Grover aterrizó a mi lado con un ruido sordo. —¡Rendíos! —rugió el monstruo. —¡Nunca! —le chilló Thalia desde el otro lado, y se lanzó sobre él.