book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 118

Aquello no parecía una casa a la que se acabaran de mudar. Había robots construidos con piezas de lego en las escaleras y dos gatos durmiendo en el sofá de la sala. La mesita de café estaba cubierta de revistas y había un abriguito de niño en el suelo. Toda la casa olía a galletas de chocolate recién hechas. De la cocina llegaba una melodía de jazz. En conjunto, parecía un hogar desordenado y feliz: el lugar donde una familia lleva toda la vida. —¡Papi! —gritó un niño—. ¡Me está rompiendo los robots! —Bobby —dijo el doctor Chase distraídamente—, no rompas los robots de tu hermano. —¡Yo soy Bobby! —protestó el chico. —Eh… Matthew —se corrigió el doctor—, no rompas los robots de tu hermano. —Vale, papi. El doctor se volvió hacia nosotros. —Subamos a mi estudio. Por aquí. —¿Cariño? —dijo una mujer, y en la sala apareció la madrastra de Annabeth secándose las manos con un trapo. Era una mujer asiática muy guapa, con reflejos rojizos en el pelo, que llevaba recogido en un moño. —¿No me presentas a tus invitados? —dijo. —Ah —dijo el doctor Chase—. Éste es… —Nos miró con aire inexpresivo. —¡Frederick! —lo reprendió ella—. ¿No les has preguntado sus nombres? Nos presentamos nosotros mismos, algo incómodos, aunque la señora Chase parecía muy agradable. Nos preguntó si teníamos hambre. Reconocimos que sí, y ella dijo que nos traería sandwiches y refrescos. —Querida —dijo el doctor—, vienen por Annabeth. Yo casi me esperaba que la señora se pusiera como loca ante la sola mención de su hijastra, pero apretó los labios con aire preocupado. —Muy bien. Acomodaos en el estudio; enseguida os subiré una bandeja. —Me dirigió una sonrisa—. Encantada de conocerte, Percy. He oído hablar mucho de ti. *** Subimos al primer piso y entramos en el estudio del doctor. —¡Vaya! —exclamé asombrado. Las cuatro paredes estaban cubiertas de libros, pero lo que me llamó la atención de verdad fueron los juguetes bélicos. Había una mesa enorme con tanques en miniatura y soldados combatiendo junto a un río pintado de azul y rodeado de colinas, arbolitos y cosas así. Colgados del techo, un montón de biplanos antiguos se ladeaban en ángulos imposibles, como en pleno combate aéreo. Chase sonrió. —Sí. La tercera batalla de Ypres. Estoy escribiendo un trabajo sobre la importancia de los Sopwith Camel en los bombardeos de las líneas enemigas. Creo que tuvieron un papel mucho más destacado del que se les ha reconocido. Sacó un biplano de su soporte e hizo un barrido con él por el campo de batalla, emitiendo un rugido de motor y derribando soldaditos alemanes. —Ah, claro —murmuré. Ya sabía que el padre de Annabeth era profesor de historia militar. Lo que nunca me había contado era que jugara a los soldaditos. Zoë se acercó y estudió el campo de batalla. —Las líneas alemanas estaban más alejadas del río. El doctor Chase se la q