book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 117

engañar a su propio padre y al que no se atrevía a mencionar siquiera: Hércules, el héroe al que yo había admirado toda mi vida. —Si he de sobrevivir —dije— no será por llevar un abrigo de piel de león. Yo no soy Hércules. Arrojé el abrigo a la bahía. Inmediatamente, se convirtió en una dorada piel de león que relucía en el agua. Luego, al empezar a hundirse, pareció disolverse en una mancha de sol. En ese instante se levantó viento. Grover respiró hondo. —Bueno, no hay tiempo que perder —dijo, y se lanzó al agua de un salto. Nada más zambullirse, empezó a hundirse. Bessie se deslizó a su lado y dejó que se agarrara de su cuello. —Tened cuidado —les advertí. —No te preocupes —contestó Grover—. Bueno, eh… ¿Bessie? Vamos a Long Island. Al este. Hacia allí. —¿Muuuuu? —Sí —respondió Grover—. Long Island. Esa isla… larga. Venga, vamos. —Muuuu. Bessie se lanzó con una sacudida y empezó a sumergirse. —¡Espera! ¡Yo no puedo respirar bajo el agua! —gritó Grover—. Creí que ya lo había… ¡Glu! Desaparecieron de la vista y confié en que la protección de mi padre incluyera algunos detalles menores, como la respiración submarina. —Un problema menos —dijo Zoë—. Y ahora, ¿cómo vamos a llegar al jardín de mis hermanas? —Thalia tiene razón —dije—. Nos hace falta un coche. Pero aquí no tenemos a nadie para ayudarnos. A menos que tomemos uno prestado… No me entusiasmaba la idea. Quiero decir: por supuesto que era cuestión de vida o muerte, pero aun así no dejaba de ser un robo y, además, acabaríamos llamando la atención. —Un momento —reflexionó Thalia, y empezó a hurgar en su mochila—. Hay una persona en San Francisco que podría ayudarnos. Tengo la dirección en alguna parte. —¿Quién? —pregunté. Thalia sacó un trozo de papel arrugado. —El profesor Chase. El padre de Annabeth. *** Después de oír durante dos años a Annabeth quejándose de su padre, me esperaba que tuviera cuernos y colmillos. Lo que no me esperaba era que nos recibiese con un anticuado gorro de aviador y unos anteojos. Tenía una pinta tan rara, con aquellos ojos saltones tras los cristales, que todos retrocedimos un paso en el porche de su casa. —Hola —dijo en tono amistoso—. ¿Vienen a entregarme mis aeroplanos? Thalia, Zoë y yo nos miramos con cautela. —Humm, no, señor —contesté. —¡Mecachis! —exclamó—. Necesito tres Sopwith Camel más. —Ah, ya —dije, sin tener ni idea de qué me hablaba—. Nosotros somos amigos de Annabeth. —¿Annabeth? —Se enderezó como si le hubiese aplicado una descarga eléctrica—. ¿Se encuentra bien? ¿Ha ocurrido algo? Ninguno de los tres respondió, pero por nuestra expresión debió de comprender que pasaba algo grave. Se quitó el gorro y los anteojos. Su pelo era rubio rojizo, como el de Annabeth, y tenía unos intensos ojos castaños. Era guapo, imagino, para ser un tipo mayor, pero tenía aspecto de no haberse afeitado en un par de días y llevaba la camisa mal abrochada, de modo que un lado del cuello le quedaba más alto que el otro. —Será mejor que paséis —dijo. ***