book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 101

—No puedo —le dije—. Mis amigos están aquí. Me miró con sus ojos tristes. Luego soltó un mugido aún más apremiante, dio un salto y se sumergió en el agua. Titubeé. Algo pasaba y Bessie quería avisarme. Consideré la idea de saltar y lanzarme tras ella, pero entonces me llevé un susto de muerte: por el extremo este de la carretera se acercaban dos hombres con uniformes de camuflaje. ¡Guerreros-esqueleto! Pasaron junto a un grupo de críos y los apartaron de un empujón. Un chico protestó y uno de los tipos se volvió hacia él, con la cara convertida por un instante en una calavera. —¡Aaaah! —gritó el chico. Todo el grupo retrocedió. Corrí al centro turístico. Estaba casi en las escaleras cuando oí un chirrido de neumáticos. En el extremo oeste del dique, una furgoneta negra viró y se detuvo bruscamente en medio de la carretera, casi llevándose por delante a un grupo de ancianos. Las puertas se abrieron de golpe y se apearon varios esqueletos más. Estábamos rodeados. Bajé las escaleras volando y crucé la entrada del museo. El guardia de seguridad del detector de metales me dio el alto: —¡Eh, chico! Pero yo no me detuve. Eché a correr y crucé la exposición como un rayo hasta camuflarme entre un grupo de turistas. No veía a mis amigos por ningún lado. ¿Dónde estaría el condenado bar? —¡Alto! —gritó el guardia. No tenía donde esconderme, salvo en el ascensor con el grupo de turistas. Me colé justo cuando las puertas se cerraban. —A continuación vamos a descender doscientos metros —anunció alegremente la guía del grupo. Era una guarda forestal, con gafas de sol y el pelo negro recogido en una coleta. Supongo que no había reparado en que me perseguían—. No se preocupen, damas y caballeros —prosiguió con una sonrisa—,