book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 100
—Los mortales se inventan cosas absurdas. No saben que las estatuas están consagradas a Zeus, pero
intuyen que hay en ellas algo especial.
—Cuando estuviste aquí, ¿te hablaron o algo así?
Su expresión se endureció. Yo estaba seguro de que si había venido hasta aquí había sido precisamente
para eso: para buscar algún signo de su padre. Una conexión.
—No —respondió—. En absoluto. Son dos estatuas de metal, nada más.
Pensé en la última gran estatua de metal con la que nos habíamos tropezado y en lo mal que nos había
ido con ella, aunque preferí no comentarlo.
—Busquemos esa condenada taberna —concluyó Zoë, malhumorada— y echemos un bocado mientras
podamos.
Grover sonrió.
—¿De qué te ríes? —le preguntó Zoë.
—No, de nada —respondió, aguantándose la risa—. Me zamparía unas condenadas patatas fritas.
Incluso Thalia se sonrió.
—Y yo he de ir al baño, maldición.
Tal vez sería porque estábamos tensos y cansados, pero empecé a mondarme en voz baja, y a Thalia y
Grover se les contagió la risa.
Zoë nos miraba perpleja.
—¿Qué os pasa?
—Voy a refrescarme el gaznate en esa taberna —dijo Grover.
Estallé en carcajadas. Y habría seguido riéndome un buen rato si no hubiera oído de repente un sonido
inesperado:
—¡Muuuuuu!
La risa se me atragantó en el acto. Primero me pregunté si sólo habría sonado en mi cabeza, pero
Grover también había dejado de reírse y miraba extrañado alrededor.
—¿Era una vaca lo que acabo de oír?
—¿Una condenada vaca? —dijo Thalia riendo.
—No —insistió Grover—, hablo en serio.
Zoë aguzó el oído.
—No oigo nada.
Thalia me miraba a mí.
—¿Te encuentras bien, Percy?
—Sí. Adelantaos vosotros. Yo voy enseguida.
—¿Qué pasa? —me preguntó Grover.
—Nada. Necesito un minuto para pensar.
Los tres vacilaron, pero supongo que se percataron de mi inquietud y al final se fueron al centro
turístico. En cuanto se alejaron, corrí al lado norte del dique y me asomé a la barandilla.
—¡Muuuuu!
Estaba en el lago, unos nueve metros más abajo, pero la reconocí al instante. Era mi amiga de Long
Island Sound: Bessie, la vaca-serpiente.
Eché un vistazo alrededor. Había grupos de chicos correteando por el dique. También personas mayores
y algunas familias. Pero nadie había advertido la presencia de Bessie.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté.
—¡Muuu! —Parecía alarmada, como si quisiera advertirme.
—¿Cómo has llegado? —insistí. Estábamos a miles de kilómetros de Long Island, a una enorme
distancia tierra adentro. Era imposible que hubiese llegado nadando. No obstante, allí estaba.
Bessie nadó en círculo y dio un cabezazo contra el dique.
—¡Muuu!
Quería que fuese con ella. Me decía que me apresurase.