book Percy Jackson y La Maldicion del Titan | Page 10
Capítulo 2
El subdirector saca un lanzamisiles
Yo no sabía qué clase de monstruo sería el doctor Espino, pero rápido sí que era.
Tal vez podría defenderme si lograba activar mi escudo. Sólo tenía que apretar un botón de mi reloj.
Ahora bien, proteger a los Di Angelo ya era otra historia. Para eso necesitaba ayuda, y sólo se me
ocurría una manera de conseguirla.
Cerré los ojos.
—¿Qué haces, Jackson? —silbó el doctor—. ¡Muévete!
Abrí los ojos y seguí arrastrando los pies.
—Es el hombro —mentí con aire abatido—. Me arde.
—¡Bah! Mi veneno hace daño pero no mata. ¡Camina!
Nos condujo hasta el exterior mientras yo me esforzaba en concentrarme. Imaginé la cara de Grover;
pensé en la sensación de miedo y peligro. El verano pasado Grover había creado entre nosotros una
conexión por empatía y me había enviado varias visiones en mis sueños para avisarme de que estaba
metido en un apuro. Si no me equivocaba, seguíamos conectados, aunque yo nunca había intentado
comunicarme con él por ese medio. Ni siquiera estaba muy seguro de que funcionara estando Grover
despierto.
«¡Grover! —pensé—. ¡Espino nos tiene secuestrados! ¡Es un maníaco lanzador de pinchos! ¡Socorro!»
Espino nos guiaba hacia los bosques. Tomamos un camino nevado que apenas alumbraban unas farolas
anticuadas. Me dolía el hombro, y el viento que se me colaba por la ropa desgarrada era tan helado que
ya me veía convertido en un carámbano.
—Hay un claro más adelante —dijo Espino—. Allí convocaremos a vuestro vehículo.
—¿Qué vehículo? —preguntó Bianca—. ¿Adónde nos lleva?
—¡Cierra la boca, niña insolente!
—No le hable así a mi hermana —dijo Nico. Le temblaba la voz, pero me admiró que tuviese agallas
para replicar.
El doctor soltó un horrible gruñido. Eso ya no era humano. Me puso los pelos de punta, pero hice un
esfuerzo para seguir caminando como un chico obediente. Por dentro, no paraba de proyectar mis
pensamientos a la desesperada, ahora cualquier cosa que pudiese atraer la atención de mi amigo:
«¡Grover! ¡Manzanas! ¡Latas! ¡Trae aquí esos peludos cuartos traseros! ¡Y ven con un buen puñado de
amigos armados hasta los dientes!»
—Alto —dijo Espino.
El bosque se abría de repente. Habíamos llegado a un acantilado que se encaramaba sobre el mar. Al
menos yo percibía la presencia del mar allá al fondo, cientos de metros más abajo. Oía el batir de las
olas y notaba el olor de su espuma salada, aunque lo único que veía realmente era niebla y oscuridad.
El doctor nos empujó hacia el borde. Yo di un traspié y Bianca me sujetó.
—Gracias —murmuré.
—¿Qué es este Espino? —murmuró—. ¿Podemos luchar con él?
—Estoy… en ello.
—Tengo miedo —masculló Nico mientras jugueteaba con alguna cosa; con un soldadito de metal, me
pareció.
—¡Basta de charla! —dijo el doctor Espino—. ¡Miradme!
Nos dimos la vuelta.
Ahora sus ojos bicolores relucían con avidez. Sacó algo de su abrigo. Al principio creí que era una
navaja automática. Pero no. Era sólo un teléfono móvil. Presionó el botón lateral y dijo:
—El paquete ya está listo para la entrega.