Etimológicamente la emoción es el impulso que conduce a la acción, y constituye una reacción compleja que implica un cambio fisiológico del estado homeostático, el cual se experimenta subjetivamente como un sentimiento y se manifiesta en cambios corporales que son preparatorios de acciones manifiestas (Wolman, 2009).
Por lo cual, las emociones están íntimamente relacionadas con nuestras cogniciones y reacciones motrices de respuesta, por ejemplo: cuando una persona percibe una amenaza potencial (cognición), su sistema nervioso central, el sistema límbico y el sistema nervioso autónomo actúan de inmediato segregando sustancias (cambio fisiológico) que aceleran nuestro corazón, inhiben el apetito, irrigan nuestros músculos y nos preparan para dar una respuesta motriz que puede ser protegernos, atacar o huir.
En este sentido, todas las emociones son normales y tienen una utilidad, por ejemplo: el miedo es la respuesta sensible a una situación desconocida que puede resultar potencialmente peligrosa y nos ayuda a ser cautos en la toma de decisiones, y un cierto nivel de estrés es útil en la medida que nos moviliza a actuar con rapidez ante una situación que apremia. El problema es cuando estas situaciones emocionales de alerta son tan intensas que no pueden ser descargadas, atendidas y/o resueltas con los recursos disponibles, o cuando se presentan con tanta frecuencia en la vida de una persona que el organismo empieza a sufrir un desgaste físico y mental. Es entonces que se habla de algunos estados emocionales negativos, vinculados con ansiedad, estrés, tristeza, enojo, etc., y justamente se les denomina estados porque son emociones que ya no se viven en una situación aislada o por instantes, sino que se mantienen más o menos permanentes, propiciando respuestas fisiológicas, motrices e incluso de interacción social que pueden incidir negativamente en el proceso de salud-enfermedad, encontrando que:
Las emociones
en el proceso
salud-enfermedad SUAyED
evaluación
Helene Judit López Rodríguez
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