Boletín SUAyED NOVIEMBRE | Page 8

Desigual (a)

Estela Parra Estrada

Una forma de reflexionar sobre la diferencia es hacer un viaje hacia el interior de nuestros cuerpos, romper la barrera y devolver la mirada. Nuestro cuerpo nos coloca en una posición de vulnerabilidad frente al otro y frente a nosotros/as mismos/as.

Verse al espejo puede hacerse frente a las demás personas, sin embargo, hacerlo requiere intimidad, es el momento en que nos encontramos frente a frente con nuestra humanidad y con el/la gran juez, yo mismo, yo misma. Al mirar la imagen reflejada en el espejo, lo hacemos a partir de los ideales aprendidos a lo largo de nuestra vida.

Y es que en esta sociedad posmoderna hay exigencias por formar parte de la corriente dominante para no ser excluido de ésta, es decir, debemos vernos iguales, sentirnos iguales, vivir de la misma forma. Naomi Wolff (1992) en su libro El mito de la belleza, nos dice que existe una cualidad llamada “belleza”. “Las mujeres la quieren encarnar y los hombres quieren poseer a las mujeres que la encarnan”. Sin embargo, dicha belleza es un modelo cambiario, no es universal ni inmutable y la autora menciona estadísticas que abrieron los ojos hacia la investigación en temas relacionados con el cuerpo de las mujeres hablando de anorexia, bulimia, cirugías plásticas, tatuajes, entre otros temas.

Este mito de la belleza no ha sido el mismo siempre, en la actualidad los estándares de belleza están siendo establecidos por parámetros dominantes que no fomentan la diversidad y evitan la tolerancia a la diferencia, por ejemplo, en las revistas y medios de difusión se presenta un modelo de mujer relativamente inexistente, hiper delgada, con la piel lisa y de un sólo tono (blanco), mujeres trabajadoras y a la vez madres, amas de casa, con cierta posición económica y como diría Marie Kondo organizadas y felices. Sin embargo, somos producto de un destino genético que desde que nacemos viene escrito en nuestras células: el color de piel, el color de ojos, de cabello,, no todas las mujeres podemos medir 1.80; se nos exige juventud, heterosexualidad, inteligencia, sumisión, no presentar ninguna discapacidad y luchamos por detener las huellas del tiempo, por alcanzar un ideal de belleza que de facto es inalcanzable.

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Elegir la propia máscara es el primer gesto voluntario humano.

Y es solitario.

Clarice Lispector