Por supuesto, la trata de personas, una de las caras del crimen organizado, no es la excepción a esta configuración antes descrita. Y ¿cómo se ve implicada en el psiquismo humano esta sistematicidad de la violencia, bajo un contexto institucional corrupto y profundamente ominoso en su praxis? De esta pregunta partiremos para hablar de una experiencia de atención psicológica por parte de instituciones federales, a mujeres menores de edad víctimas de trata. El propósito, en este sentido, es hacer una muy breve reflexión de las formas en que se lleva a cabo la atención psicológica en algunas instituciones creadas para este efecto (como la FEVIMTRA[1], PROVÍCTIMA[2] durante el sexenio de Calderón, entre otras) y proponer una visión crítica de las mismas, que tome en consideración las especificidades del problema en cuestión, es decir, en este artículo no se encontrará un recetario o un “paso a paso” para la atención de víctimas de trata, ya que esto dependerá del modelo teórico desde el que se trabaje, pero sí haremos hincapié en la necesidad de un posicionamiento ético y responsable para la atención psicológica en estos casos.
Es importante antes de describir estas experiencias, dar algunas definiciones de Trata de personas. Según el Artículo 3 del Protocolo de Palermo, la trata de personas consiste en “la captación, transporte, traslado y recepción de personas. Para ello se recurre a amenazas, uso de la fuerza, rapto, fraude, engaño, abuso de poder o situación de vulnerabilidad, concesión o recepción de pagos o beneficios, para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otras con fines de explotación” (PFP, 2017). La FEVIMTRA, por su parte la define como: “un delito en el que se utiliza a las víctimas para explotarlas en la pornografía, prostitución, laboralmente o se abusa de ellas en otras diversas formas… son más vulnerables las mujeres, niñas, niños y adolescentes, así como las personas migrantes” (PGR, 2015).
Ahora bien, estas definiciones dejan de lado lo que está implicado para una persona el ser víctima de trata: En primer lugar, debe destacarse la cuestión del comercio o tráfico con personas, es decir, la “cosificación” de la víctima, o su transformación en objeto de intercambio. La persona queda sin sus derechos más fundamentales no sólo al ser despojada de su libertad y obligada a realizar una serie de actividades, ya sean sexuales, laborales, etc., sino que el mismo hecho de ser transformada en una mercancía, elimina su posibilidad de seguir siendo sujeto (Chairo, 2010); se da una especie de des-subjetivación, una extracción de lo que es considerado como más elemental de lo que la persona concibe como su identidad. En este sentido, la violencia que se vive, por supuesto, es física, sexual, pero principalmente psíquica, ya que implica el intento de destrucción de lo más íntimo de la persona (su subjetividad). En segundo lugar, y como decíamos anteriormente, su enfrentamiento a una serie de leyes que no velan por sus derechos, su penosa necesidad de participar de procesos legales complejos, oscuros y contradictorios, teniendo que someterse muchas veces a un sistema de impartición de justicia deficiente o bien, corrupto. Las personas que viven situaciones como ésta, son doblemente violentadas. Ahora, habrá que especificar qué es lo que sucede en materia de atención psicológica dentro de las instituciones gubernamentales que están hechas (al menos en discurso) para apoyar a las víctimas de trata.
Hace algunos años, un grupo de psicoanalistas fuimos invitados a participar de un proyecto de atención a jóvenes menores de edad víctimas del crimen organizado (especialmente de trata de personas). Todas estas jóvenes residían, tras la realización del operativo que las liberó de sus captores, en un refugio de alta seguridad de la PGR. Dentro de este refugio se brinda atención a mujeres menores de edad mexicanas y extranjeras (mayormente centroamericanas) en varios niveles: atención legal, médica, social y psicológica.
La trata de personas consiste en “la captación, transporte, traslado y recepción de personas. Para ello se recurre a amenazas, uso de la fuerza, rapto, fraude, engaño, abuso de poder o situación de vulnerabilidad, concesión o recepción de pagos o beneficios, para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otras con fines de explotación”
por su parte la define como: “un delito en el que se utiliza a las víctimas para explotarlas en la pornografía, prostitución, laboralmente o se abusa de ellas en otras diversas formas… son más vulnerables las mujeres, niñas, niños y adolescentes, así como las personas migrantes” (PGR, 2015).
Ahora bien, estas definiciones dejan de lado lo que está implicado para una persona el ser víctima de trata: En primer lugar, debe destacarse la cuestión del comercio o tráfico con personas, es decir, la “cosificación” de la víctima, o su transformación en objeto de intercambio. La persona queda sin sus derechos más fundamentales no sólo al ser despojada de su libertad y obligada a realizar una serie de actividades, ya sean sexuales, laborales, etc., sino que el mismo hecho de ser transformada en una mercancía, elimina su posibilidad de seguir siendo sujeto (Chairo, 2010); se da una especie de des-subjetivación, una extracción de lo que es considerado como más elemental de lo que la persona concibe como su identidad. En este sentido, la violencia que se vive, por supuesto, es física, sexual, pero principalmente psíquica, ya que implica el intento de destrucción de lo más íntimo de la persona (su subjetividad). En segundo lugar, y como decíamos anteriormente, su enfrentamiento a una serie de leyes que no velan por sus derechos, su penosa necesidad de participar de procesos legales complejos, oscuros y contradictorios, teniendo que someterse muchas veces a un sistema de impartición de justicia deficiente o bien, corrupto. Las personas que viven situaciones como ésta, son doblemente violentadas. Ahora, habrá que especificar qué es lo que sucede en materia de atención psicológica dentro de las instituciones gubernamentales que están hechas (al menos en discurso) para apoyar a las víctimas de trata.
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