independiente y poder ir a compartir con otros niños y niñas
de mi misma edad, además de usar un uniforme, tener
cuadernos, lápices de colores, y otros elementos que eran
demasiado llamativos para mí, al ingresar a las instalaciones
del colegio pasamos por un pasillo largo donde nos esperaba
la secretaria, la señora “Gilma”, quien me pidió que firmara mi
matricula oficial, desde ese entonces hice parte de este
mágico lugar, al llegar al salón un montón de niños y niñas
lloraban si consuelo, no comprendía el porqué de su tristeza,
si mi mamá desde siempre me hablo de los divertido que era
asistir al colegio, por ello me concentre en explorar, jugar
y cantar con mi profe, pasaron los días en el preescolar y yo
andaba un poco inquieta, con muchas expectativas con
respecto a querer aprender a leer y escribir, consideraba
que los ejercicios y actividades que la profe nos asignaba
eran muy básicos y yo ya sabía escribir mi nombre, identificar
las vocales, yo quería ir un poco más allá, yo quería
devorarme los cuentos infantiles, leerle a los demás niños,
recitar, además de escribir lindas cartas y mensajes, por
ello mi profe me brindo esa oportunidad y deposito en mi un
voto de confianza y seguridad y aun estando en preescolar,
saltándose los estándares para este grado pidió a mi madre
una cartilla de “coquito”, donde a través de las silabas, las
imágenes y demás pronto mi lectura silábica, lenta y un poco
enredada dio fruto, además que la profe empleo la estrategia
de “cuaderno de pegotes”, es decir en este cuaderno se
pegaban todos los empaques de mecato que consumía y
después debía pegarlos y transcribir lo que este contenía,
esta estrategia fue empleada para la escritura y por ende para
mejorar la caligrafía.
Era una niña enormemente feliz, consideraba que la profe había
llenado esa expectativa que yo tenía, enloquecí a mi familia de