testimonios porque permiten confirmar las verdades narrativas de las víctimas y las complicidades y alianzas entre ejércitos ilegales y legales, entre actores armados, políticos y empresarios. En muchas ocasiones fue a través de estas versiones que se pudo lograr el reconocimiento público de centenares de crímenes.
Ahora bien, aunque muchas verdades han salido a la luz pública, una parte importante aún permanece oculta. Los victimarios han escondido aquello que los incrimina y muchos eran simples mercenarios que mataban por incentivos, obedecían órdenes y que desconocen los motivos de la guerra. Las estructuras, los poderes detrás de los armados aún siguen muchas veces pendientes de esclarecer. Es esa verdad la que el país necesita para poder desmotar y transformar las auténticas fuentes del horror.
Las víctimas: los daños y los impactos
Documentar la violencia desde la memoria, privilegiando las voces de las víctimas, nos permitió no solo esclarecer hechos, identificar los motivos, intereses e intenciones de quienes ordenaron y perpetraron el horror, sino también acercarnos a las comprensión de las experiencias de las víctimas y reconocer los daños y los impactos que estas han experimentado individual y colectivamente, como se registra en el cuarto capítulo de este informe. Hacer memoria de la violencia es también hacer memoria de los cambios indeseados, de los seres, los entornos, las relaciones y los bienes amados que fueron arrebatados. Memoria de la humillación, del despojo, de los proyectos truncados. Memoria de la arbitrariedad y de la ofensa. Memoria del enojo, de la rabia, de la impotencia, de la culpa y del sufrimiento.
Estas revelaciones de la memoria nos llevaron a encontrar otros sentidos y significados que encierra la palabra víctima más allá de la connotación jurídica que reconoce con ella a un sujeto violentado y con derecho a ser reparado. Es la víctima de rostro sufriente y de cuerpo lacerado la que revela la crueldad de los perpetradores y devela el mal y los quiebres éticos de esta sociedad, incluidos sus gobernantes y ciudadanos. En la totalidad de los casos emblemáticos, las víctimas expresaron su dolor por la acción despiadada de los victimarios, pero también por la acción, omisión y complicidad de quienes estaban llamados a protegerlos y a respetarlos. Mostraron indignación por el silencio y la indolencia de miles de compatriotas que desconocen o no quieren oír su sufrimiento, y que con ello ignoran también la vulnerabilidad y la precariedad de nuestra democracia.
Hurgando en la memoria del conflicto armado, las víctimas también mencionaron las múltiples violencias. Por eso al reflexionar sobre la guerra también se habló de inequidad, discriminación, racismo y sexismo. Si bien la violencia ha afectado a toda la sociedad, se ha ensañado de manera más cruenta con los excluidos y los vulnerados. Nadie ha estado exento de la guerra, es verdad, pero los informes y los datos que registran las violaciones a los Derechos Humanos constatan que la guerra no ha afectado a todos por igual. La guerra recae especialmente sobre las poblaciones empobrecidas, sobre los pueblos afrocolombianos e indígenas, se ensaña contra los opositores y disidentes, y afecta de manera particular a las mujeres, a los niños y niñas.
Debido a sus particulares relaciones con la tierra y a sus características socioculturales, las comunidades indígenas y afrocolombianas han resultado especialmente vulneradas por las dinámicas de la guerra. Los casos documentados nos permitieron acercarnos a mujeres y hombres de la comunidad indígena wayuu 18 en Bahía Portete, quienes hoy luchan por su retorno desde su lugar de destierro en Maracaibo y cuyo caso ilustra las severas afectaciones y el riesgo de exterminio de los pueblos indígenas en la guerra. Las comunidades indígenas del Cauca han sido víctimas de una larga historia de violencia y ocupación de sus territorios ancestrales, librada prácticamente por todos los grupos armados, una historia que atenta no solo contra su autonomía y su cultura, sino contra su supervivencia. Las comunidades indígenas y afrodescendientes de Bojayá y del medio Atrato chocoano fueron vulneradas por una larga guerra y violentados por uno de los más cruentos enfrentamientos entre
18. gmh, La masacre de Bahía Portete.
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