vez más complejos que podrían imi-
tar a la mente humana, como el de
la computadora Deeper Blue que de-
rrotó en 1997 al campeón del mundo
de ajedrez, Garri Kaspárov.
La pretensión de sustituir a las per-
sonas por máquinas puede ser ate-
rradora. No parece difícil vislumbrar
que, en el fondo, los humanos va-
mos c avando nuestra propia tumba.
Según esta pretensión, «inteligen-
cia» ya no sería sinónimo de «hu-
manidad». La inteligencia artificial
nos va haciendo prescindibles o, tal
vez, “sacrificables”. El pasado mes
de agosto, el presidente del Banco
Mundial, Jim Yong Kim, dijo en Ar-
gentina que la inteligencia artificial
podría eliminar más del 50% de los
empleos en América Latina en los
próximos años; aunque se crearían
otros nuevos. Crisis laboral. Huma-
nidad prescindible.
En el fondo, creo que nuestra idea
acerca de la «inteligencia artificial»
es todavía muy limitada. Primero,
porque identificamos «inteligencia»
con «procesos mentales» (o peor:
con «procesos lógicos»), lo que re-
duce tremendamente los límites de
la inteligencia. Segundo, porque
la inteligencia se vuelve solamente
“funcional”.
A pesar de que los teóricos de la
«inteligencia artificial» se reclaman
seguidores de la filosofía, esta idea
de “inteligencia” tiene muy poco de
filosófico. La parte sensorial de la
inteligencia no ha podido ser tomada
en cuenta hasta ahora. La inteligen-
cia se identifica también con sentir,
apreciar, gustar, disfrutar; funciones
humanas (y humanizadoras). Y es
que en la especie humana el sentir es
inteligente o, como diría Xavier Zu-
biri, la inteligencia es «inteligencia
sentiente» 2 . Lo intelectivo se da den-
tro de una sensibilidad, dentro de un
modo de sentir. Esto no descuida la
parte corporal ni la reduce a una se-
rie de procesos lógicos. Tampoco
busca una respuesta determinada.
La inteligencia no siempre es sinó-
nimo de “dar la mejor respuesta” (ni
la más útil); a veces ha de limitarse
a permitir tener mayor cantidad de
criterios para resolver problemas.
Pensando de manera novelesca: si
las funciones de la inteligencia pue-
den ser reproducidas por máquinas,
¿qué podríamos decir de una má-
quina que “disfruta” algo? ¿Qué po-
dríamos pensar de una máquina que
crea procesos altruistas en vez de
procesos de mayor ganancia y acu-
mulación de riqueza? ¿Sería posi-
ble? ¿Habría algún robot (o sistema
lógico) capaz de dar amor, como el
sistema operativo computacional de
la película Her, que se “enamora” de
su dueño? Tal vez en ese momento
las máquinas abandonarían su pro-
pia razón de ser, ¿pero no serían con
ello máquinas más inteligentes? Si
bien las máquinas son construidas
en función de su “utilidad”, la in-
teligencia no puede asociarse a tal
efecto. Su naturaleza sensible la aso-
cia también a la belleza y a la bon-
dad, la asocia con actividades cuya
“utilidad” puede ser cuestionable.
Las personas inteligentes meditan,
crean, disfrutan, piensan. No nece-
sariamente “producen” cosas. Pue-
den construir los fundamentos de
la producción, sí, pero también del
gozo, de la risa, de lo que no tiene
razón “útil”. La inteligencia no pue-
de ser “útil” porque es fundamento
de la utilidad humana y, por lo mis-
mo, no se somete a ésta.
Me resultan interesantes los avan-
ces de la inteligencia artificial en el
campo de lo mental. Me da curiosi-
dad saber si podemos emplearlas en
otros campos. ¿Las máquinas po-
drán también ayudarnos a una «jus-
ticia inteligente» o a una «compa-
sión inteligente»? Queda por verse. ▪
Rubén Corona SJ
Autarquía
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