Autarquía segundo número- Capitalismo | Page 6

El ateísmo de Dios

El relato

“ Respondió Jesús: Mi Reino no es de este mundo.
Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí.”
Jn 18, 36
Lunes por la mañana en el centro histórico, a esa hora en que los comercios y oficinas burocráticas inician sus actividades. La fila sobre la acera que procede del banco es ya prolongada. Rodríguez llega apresurado para colocarse en la retaguardia. Agitado todavía, consigue tomar una bocanada de aire para apaciguarse de la travesía; mientras, se va haciendo la idea de forjar una paciencia estoica que lo mantendrá hasta que pase a la ventanilla. Lleva puesto un esmoquin gris oxford, de esos que se venden en los locales cercanos al Metro Tepito. También porta unos zapatos negros que apenas logran mantener la boleada de la semana pasada, gracias a que alcanzó a pasarles un trapo húmedo. El sol se alza ya lo suficiente como para abochornar a quienes esperan en la cola que se torna cada vez más serpentina. Rodríguez no había pasado bien la noche, pues se le fue en pensar en cómo le haría con la hipoteca de su casa que ya lo trae hasta el cuello. Recargado sobre la pared del edificio, no le queda otra más que soportar la jaqueca mientras aguarda con entereza. Pasado un rato, una niña indígena con traje típico se acerca a la fila ofreciendo chicles Canel’ s que aún se resguardan en su caja de empaque envuelto en papel celofán. Algunos voltean a mirarla como queriendo escapar de un tiempo que ya se les hizo monótono; otros prefieren seguir absortos en sus pensamientos o simplemente intentan mostrarse imperturbables ante la intromisión de quien intenta ganarse unos centavos para“ hacer” su día. La distancia entre Rodríguez y la ventanilla pareciera no dar signos de movilidad, en tanto su mente sigue divagando en los vericuetos de una economía doméstica, cuya sensación se asemeja a cargar con la misma deuda externa del país. El calor de la mañana va en aumento y, conforme transcurren, los minutos se hacen cada vez más insoportables. Tratando de sostener el saco en un brazo, al tiempo que se ventila con el folder color paja que lleva en mano, Rodríguez observa a un menesteroso en su intento titubeante por cruzar la calle. El hombre de harapos logra pasar a la banqueta en donde se topa con una valla humana que parece no inmutarse ante su presencia. Rodríguez, que lo había seguido con la mirada desde que estaba en la contraesquina, ve cómo el hombre desaliñado— a quien su físico raquítico lo delata— pasa frente a quienes esa mañana tuvieron la fortuna de una ducha y un desayuno calientes. La escena resulta de
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