Elegía 1
Yo no tengo tierra donde dejar mis recuerdos reposar,
esperar ―paciente y cariñoso―,
luego verlos germinar tiernos y orgullosos.
No.
Yo cargo los recuerdos por los caminos borrosos,
por estas distancias tenaces a las que llamo “hermanos”
y algunas veces, transido de rostros, nombro “amigos”.
Se han vuelto viejos, algunos me miran cansados,
más lejanos que yo, mayores;
algunas memorias ya estaban tejidas antes del día de mi
nacimiento
y me abrigaron con su abrazo suave de algodón;
por eso les hablo como si fueran mi madre,
silenciosa y encorvada a la que sostengo con mis manos
de bastón,
y caminamos la dilatada cercanía de los pasos débiles
que separan el ahora siempre inesperado amanecer
del rosario desgranado de los últimos días.
Fotografía por: Mauricio Díaz
Mas confieso mi verdadera angustia: temo que tenga yo
que despedir
primero a esos hermanos, a esos amigos,
que mis recuerdos desistan ante la tentación de verme
gris en procesión,
que se olviden que juramos de amor,
que prometimos cuidarnos hasta las últimas consecuen-
cias,
que yo les amo y que este silencio con el que espiné sus
cuerpos,
fue el impotente afán con el que quise heredarles un ho-
gar.
Temo ser yo quien los llore,
no tener la suficiente perspicacia para reconocer el ester-
tor
con el que ahogan los minutos en el vendaval de una ago-
nía.
Temo levantarlos del suelo, con la piel rígida de tanto
morir,
y yo pasarme las horas cantando canciones de cuna,
hebras largas de notas,
fingiendo que sostengo su sueño, que yo mismo les he
hecho dormir
con la miel de la tonada con la que humedecí sus bocas
inertes.
Temo que me crean un loco, que griten: “ese hombre está
meciendo a un muerto”
y que por ello me encierren para siempre,
con la vida hecha un puñito
como una flor, empapado de frío..▪
Diego Vargas SJ.
Autarquía
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