Literatura
Sentimiento generalizado
—Pues yo creo que sí es la única opción.
—Pues yo no, y si yo digo no, entonces ninguna de las dos
lo va a hacer.
Se miraron por varios segundos, como respirando el aire
de la otra, intentando adivinar qué hacer antes de que se
tomen decisiones bobas. Se quedaron bien calladas, con los
ojos llorosos y las narices ensangrentadas, intentando no
hacer ruido con el frío en el cuarto, con las uñas que tem-
blaban, con los dientes que tiritaban.
—Bien sabes que está ahí afuera, no hay de otra.
—Mira, yo sé.
—Ya le pasó a Marcela, y a ella le pasó a media calle y
quién sabe quién fue.
—Cállate.
—¿A qué vas a protestarle a quién sabe quién —continuó
la muy descarada— si te vas a andar metiendo en las mis-
mas situaciones?
—Que te calles.
—Y, aparte...
—QUE TE CALLES, QUE TE CALLES, QUE TE CA-
LLES.
Un golpe en la puerta y de vuelta al silencio, a las miradas,
al llanto y a la imagen de Marcela. Sé que estás ahí, así que
mejor ya sal le gritaron desde afuera, pero se quedaron en
la burbuja que era el cuarto, en la seguridad que estaban
por pinchar como ya habían pinchado a las otras en la casa.
Sólo quedaban ellas.
En calzones, con hambre, con frío y sudada, abrió la puerta
para empezar a correr. En un acto de desesperación, cada
pierna se encargó de dar un salto. Le latía la sien como tam-
bor que marca el paso, escuchaba sus propios gritos en el
fondo diciéndole que no, que le había dicho que no, que era
la única opción y que no era posible que no se escuchara.
Por la espalda le escurría una sola gota fría; el cabello ape-
nas le dejaba ver la puerta que se alejaba despacito, como
esperándola a que se acercara tantito más para entonces ale-
jarse. Estiró la mano, se aventó hacia ella y no llegó. Una
mano le tocó la pierna.
En medio de la noche, con la cara empapada y llanto en la
boca, despierta y decide esta vez sí hacerse caso. Le pone
seguro a la puerta y no vuelve a salir del cuarto en doscien-
tos años o hasta que le deje de temblar la fe.
En las noticias anuncian que esta vez no fue Marcela, fue
Ramona la que sí salió.
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Zara Berrueta
Desaparecido
Estiré mi mano y encontré vacío
Miré en las calles, busqué en el río
Pero nadie vino.
Estiré mi mano y encontré oscuridad
Palpé la nada, probé la incertidumbre
Me hice amiga de la soledad.
Estiré mi mano para buscar tu rostro
Grité tu nombre, no encontré el gozo
Y en la desesperación me di por vencida.
Incluso la muerte era más que bienvenida.
Estiré mi mano y encontré vacío.
Estiré mi mano, ya te habías ido.
Estiré mi mano... pero habías desaparecido. ▪
Melissa Ayala
8
Autarquía