Social
Desaparecidos en la nadeidad
mexicana
Al nacer nos arrojaron a la promesa de una vida: vida que
desde niños nos ilusionó a ser alguien-con-el-mundo, que
nos hizo creer que a cada paso dado nos afirmaríamos
en ella y podríamos hacerla nuestra. Sin embargo, con el
paso de los años esta promesa se ha perdido en la nostal-
gia, cayendo —cada vez más prematuros— a una vida
que desde el nacimiento ya se convierte en un acto de
valentía, como si ésa fuera la condición para tener una po-
sibilidad de existir. En México, este panorama está cada
vez más presente.
“La vida no se cuestiona: se asume como respuesta”,
dice Godard. El problema surge cuando esa respuesta
transgrede por ser la meta de nuestra estancia en la vida.
De principio parece una incongruencia, pues se necesita
afirmar la vida para andar. Pero en México andar no sig-
nifica vivir: a cada paso dado por la calle, ya somos po-
sibilidad de muerte a la vuelta de la esquina (o de frente),
en una bolsa o en un instante; la incertidumbre es nuestra
compañía para salir de casa y, en el transcurso del día,
caminamos con una fe casi ciega sobre esa promesa de la
infancia que no vemos todavía. Aquí la vida deja de ser-
nos respuesta para convertirse en la meta misma, a la que
tendremos que llegar si es que podemos caminar.
Parados en esta línea sin rumbo nos preguntamos: ¿Quie-
nes somos si no podemos siquiera decidir la vida? El si-
lencio nos responde: nada. Y es que pareciera que en la
nada nacemos y a ella nos proclamamos cada vez más
constantes. El simple hecho de levantarnos, encender la
radio y escuchar las noticias de miles de asesinatos, nos
trazan un esqueleto como camino diario. Salir a la calle
y desaparecer en un instante nos acorrala en un miedo
latente, y éste nos grita desesperado que la vida nunca
fue nuestra que el otro decide si ésta nos pertenece o no
(antes de afirmarla por nuestra cuenta); que despertar del
sueño (si es que podemos dormir) es la única decisión que
nos queda.
Con esa contingencia vamos cada día a nuestras activi-
dades, salimos con la conciencia de no estar seguros de
nuestro regreso, caminamos con la incertidumbre a cues-
tas.
1
16
Autarquía
“Encerrados ahora en el ataúd del aire,
hijos de la locura, caminemos
en torno de los esqueletos.
Es blanda y dulce como una cama con mujer.
Lloremos.
Cantemos: la muerte, la muerte, la muerte,
hija de puta: viene.
(...) Gloria del hombre vivo:
¡espacio para el miedo
que va a bailar la danza que bailemos!
Tranca la tranca,
con la musiquilla del concierto
¡Qué fácil es bailar remuerto!”
-Jaime Sabines.
El idealismo, queriendo decir qué era el ser y pretendien-
do abarcarlo todo, llegó al nihilismo y al vacío: ahí donde
la significatividad se perdió, donde desde el lenguaje, ya
se dijo todo y no quedó nada. Sin embargo, nos dejó una
reflexión: parece que la filosofía nos enseñó todo, menos
cómo sobrevivir. Sobre el ser ya no hay nada que decir,
sólo queda el cómo sobrevivir en el desarraigo, en la nada
que es nuestro mundo y no hay pregunta en ella, sólo se
sobrevive y ya. Le queda a la filosofía, entonces, la resis-
tencia: el sobrevivir no comprando la promesa de salir del
desarraigo, sino teniendo una actitud frente a la situación.
Parecería que nuestro panorama se relaciona con el ni-
hilismo. El problema es que esta cuestión, en México,
transgredió del lenguaje filosófico a la realidad del país::
Caminar es saber la muerte de un cuerpo dentro de una
bolsa, es una noticia de la ausencia de alguien, de un ase-
sinato en la siguiente cuadra. En Kierkegaard fue la an-
gustia lo que en Nietzsche fue la ira, la voluntad, el que-
rer. En México es el grito: privados de la vida no tenemos
manera de decidir; no podemos llegar a la voluntad niet-
zscheana si ni siquiera la tenemos como posibilidad. Aquí
lo que hay es nadeidad: la pura nada en el caminar, en el
pronunciarse inciertos, en el querer la vida no porque se
decida... sino porque no se encuentra siquiera.
¿Cómo sobrevivir con todo esto cargando a cuestas?
Con el arte, andando a pesar de que la nada se siente a
cada paso; en el arte el mexicano vive, grita y reclama su
propio derecho por habitar. Antes del grito, el silencio se
nos impuso y la soledad hizo de su pueblo un camino. No
es que decidiéramos callar para escuchar al otro: es que
nos callaron para no escucharnos y ello nos funde en una
esfera que asfixia nuestra cuasi-nula voluntad para andar.
¿Cómo buscar la vida si parece que los otros no pueden
ayudarnos, si parece que ya no hay empatía?
En el arte nos encontramos con las voces que los otros
nos brindaron para seguir andando, en el arte el grito hace
de su estancia la voluntad. Éste es el caso de la músi-
ca mexicana. Después de abrir las heridas con un tequila
o un mezcal disipamos el solipsismo que nos formamos
para habitar (si es que algo de esa palabra comprendimos)
En alusión a los estudiantes desaparecidos y muertos del CAAV, la noche del 19 de marzo de 2018.