Arte
LA BÚSQUEDA
Son las doce de la noche y él sigue caminando por la calle. Su llanto, cual eco
fantasmal, se apodera de los callejones y avenidas que dan forma a la ciudad.
Las luces de las farolas dejan al descubierto su harapienta vestimenta que, ha de
decirse, de poco le sirve ante los fríos vientos que caracterizan a la urbe.
En ocasiones su caminar es desesperado y angustioso, como el de un niño que
se pierde en la multitud; otras veces es lento y desanimado, como si aquel niño
entendiera que no volverá a ver a sus padres.
Eso es lo que busca: no a sus padres, sino a sus madres. Fue de los primeros
niños en tener una familia moderna. Sus madres siempre le quisieron, le dieron
pecho y le hicieron crecer de la mejor manera, pero ahora no están, han desapa-
recido; quizás no sea un adulto para entenderlo del todo, pero sabe que eso se ha
vuelto común donde vive.
Y ahí va el niño, de puerta en puerta, preguntando si alguien ha visto o sabe
algo de sus amadas criadoras. Algunos ignoran de qué habla; otros le responden
que no han desaparecido, que siguen ahí; otros le dicen que deje de buscar, que
ellas se han ido hace ya mucho tiempo; otros sólo le miran con tristeza y se dan
la vuelta, no quieren ver cómo las lágrimas salen de sus ojos: quieren protegerlo
de la cruda verdad.
Sus madres han sido ultrajadas, sometidas a las peores desgracias. Las han
castigado, las han utilizado, incluso las han vendido al mejor postor; día tras
días por encima de ellas pasan muchos, algunos las pisan y se sientan sobre
ellas; otros las acarician y dedican falsas promesas, poesías de amor eterno para
después del acto despedirlas con una bofetada y un escupitajo a sus pies, y unos
cuantos simplemente las usan como musas, esperando que verlas y cogérselas
les traiga inspiración a través de la experiencia íntima del roce de sus cuerpos,
de la fricción entre sus sexos, buscan encontrar lo que en verdad desean, aque-
llo que aún no pueden tener en sus lejanas casas, pero que esperan encontrar, o
incluso crear, algún día.
La noche se hace más oscura y fría. Él busca entre los basureros restos de
periódicos, mantos callejeros entre los cuales pueda encontrar calor; escoge la
esquina menos solitaria y se acurruca entre latas y cartones; sabe que sólo así,
entre sueños y deseos, volverá a estar junto a ellas.
De nuevo, una vez más, Morfeo lo ha llevado hasta aquellos brazos, a aquellos
brazos sobre los cuales se acurrucaba cuando las noches se transformaban en
tormentas. Descansa, aunque sea por un momento, en el mundo del ensueño,
entre los brazos de su querida Kratis y su amada Patris.▪
Jurgen Gónzalez
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Autarquía