cómo el holograma se yuxtapone —
se «sincroniza», como dice la misma
Joi— al cuerpo de Mariette, para crear
la ilusión de que Joi es un ente corpó-
reo. La yuxtaposición, no obstante, no
ocurre sin desfases, y por ello llegamos
a ver cuatro manos, en lugar de dos,
acariciando la nuca de K.
Es cierto, la película no aclara del todo
si el amor que Joi sentía por K era sólo
resultado de su programación o si fue
capaz de desarrollar un amor libre y
sincero. Sin embargo, la última escena
que K comparte con Joi parece insinuar
el primer escenario. Como preámbulo
al culmen de la película, un malherido
K es asignado con la misión de matar
a Deckard para que Wallace no pueda
interrogarlo. K no parece muy conven-
cido de emprender su nueva misión; su
unidad Joi acaba de ser destruida —es
decir, ha muerto—, y por lo tanto K
ha perdido la motivación para seguir
luchando. Es entonces cuando K se
encuentra con un holograma fosfores-
cente de una Joi gigante y desnuda, que
funge como anuncio del producto. El
holograma se acerca a K y le dice una
frase que su misma unidad Joi también
le había pronunciado al principio de la
película. K, entonces, tiene una especie
de epifanía, en el que se da cuenta que
su relación con Joi bien pudo no haber
sido tan sincera como él imaginaba, y
que vale la pena pelear por los indivi-
duos de carne y hueso. Lo anterior es
insinuado sutilmente con el hecho de
que, al finalizar el encuentro con la Joi
gigante, K se quita del rostro unas ven-
das que cubrían sus heridas, acaso para
simbolizar que ya no necesita de Joi
para enfrentarse al mundo. El arco de
su personaje se ha completado.
Para mí, la forma como se debe inter-
pretar a Joi es clara. Ella es, literal y
simbólicamente, una proyección. Joi
representa a la mujer ideal manufac-
turada por el mercado que muchos
hombres hemos comprado incons-
cientemente: joven, esbelta, pequeña,
ingenua, indefensa, complaciente, fiel,
etc. Al igual que K, preferimos pasar
má s tiempo con esa proyección que con
una mujer real. Es más, la proyección
es tan fuerte que compite y termina im-
poniéndose ante una mujer —o en este
caso replicant— de carne y hueso. K no
logra conectarse emocionalmente con
Mariette, sino que ésta es sólo un me-
dio para encarnar su fantasía con Joi.
Acaso en última instancia Joi sea una
alegoría de la industria del entreteni-
miento y, en específico, de la industria
pornográfica, que presenta una plétora
de mujeres siempre objetivadas, siem-
pre condescendientes, siempre dispo-
nibles, pero ultimadamente etéreas. Al
igual que K, podemos tener represen-
tada al tipo de mujer que queramos en
una pantalla, pero, precisamente por
ello, no tener enfrente a mujer alguna;
y al igual que la sincronización entre
Joi y Mariette, ¿cuántas veces no he-
mos yuxtapuesto a la mujer ideal sobre
la real?
Blade Runner 2049 podrá ser una his-
toria sobre hombres, pero también
es una de las pocas películas de Ho-
llywood verdaderamente feministas
que recuerdo en los últimos años. No
por nada el último acto de la película se
inaugura con el viaje de K a Las Vegas,
en el que se encuentra —como símbolo
del colapso de esta visión objetivista—
con las ruinas de estatuas de mujeres
objetualizadas. El arco del personaje
de K se puede leer —entre otras for-
mas— como el paso de una relación
con las mujeres basado en proyeccio-
nes, a una búsqueda por establecer una
relación más libre. K muere antes de
poder adentrarse en esa nueva relación;
es tarea de Deckard, al animarse a co-
nocer a su hija, la doctora Ana Stelli-
ne (Carla Juri), empezar a construirla.
Y es que Stelline representa, como la
única replicant concebida y nacida —
en lugar de producida—, a la mujer que
es capaz de restituir ante la sociedad su
condición de persona.
¿Cómo es esta nueva identidad mascu-
lina que puede relacionarse con las mu-
jeres como sus iguales? De la misma
forma que el final abrupto de la pelí-
cula, estamos todavía por descubrirlo. ▪
Javier Romo
IIlustración por: Julieta Alvarado
Autarquía
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