mismos fotones a la deriva. Nosotros, para
experimentar cualquier cosa, nos colocamos
«a-contra-luz»: sólo así la sentimos.
b) Un objeto «a-contra-luz» es un objeto muy
difícil de ver; Una silueta se me acerca por
el horizonte, el sol se monta a sus espaldas.
La veo y digo “parece… una mujer”; veo sus
curvas, su estatura, su complexión, unos se-
nos que se insinúan en el pecho (porque un
hombre así me parecería, en primera instancia,
“deforme”); “sí, es una mujer… ¿quién podría
ser?”. La luz presupone un exceso de brillo,
de apariencia, y una dificultad, por tanto, de
acceder a lo in-aparente, a lo oculto, a los ma-
tices que en ese exceso de brillo se desfiguran,
se confunden. La luz siempre ha sido, meta-
fóricamente, lo definido, lo normalizado, lo
evidente, lo inherente, el “obvio wey”; acce-
der a lo in-aparente, a lo oscuro, es entrar en
los matices, en las lógicas que se nos abren al
interior mismo de lo que se nos presenta: sus
formas inconscientes, sus ausencias-presen-
tes, sus fantasmas, sus puntos borrosos, inter-
medios, posibles. Experimentar un objeto que
esté a contraluz implica tener que estar abier-
tos, ser híper-sensibles a sus particularidades,
a sus posibilidades, al acontecimiento que se
nos presenta en su corporalidad escapando a
la penumbra.
c) Nosotros, al ser el objeto «a-contra-luz» de
un paisaje, de un objeto o de un panorama,
lo que hacemos es proyectar nuestra sombra,
nuestra silueta sobre eso que estamos tratando
de percibir. Todos hemos vivido esta experien-
cia cuando queremos tomar una foto y que no
salga nuestra sombra; o cuando queremos ver
un cuadro y nuestro reflejo (por esos vidrios
idiotas que escogen o permiten los curadores
para enmarcar el cuadro) nos impide percibirla
bien a bien. El estar a «a-contra-luz» implica
buscar las sombras y siluetas de lo que somos
en aquello que vemos para discernirnos. Es te-
ner presente nuestra condición de sujeto que
nunca es puro –que siempre está determinado,
conformado, que es histórico y es biográfico–
cuando analizamos algo.
Es decir, «a-contra-luz» es posibilidad, asom-
bro y crítica, las tres caras de una misma pre-
tensión: hacer-sentido.
Esto, una actitud de intérprete, nos abre a
una nueva relación con la realidad, en la que
podemos experimentar cada cosa en un sen-
tido propio, con una forma de ser lo que es,
de identificarse que le es única a cada una.
Es decir: podemos reconocer en la cosa una
particularidad radical hasta el punto de poder
definirla como su «identidad».
Lo identitario sería entonces aquella posibili-
dad que tiene la cosa, el algo, de relacionarse,
de dar de sí de una cierta forma. Es aquello
que se escapa a mi perspectiva, a mi percep-
ción, a mis límites, y que constituye la propie-
dad de la otra cosa en sí misma.
Todo lo que existe, desde personas hasta obras
de arte, se definirían por esas particularidades
que son formas en que ellas dan de sí con re-
lación a mí, en las que me puedo identificar
con ellas (porque incluso el intentar negarlas
o suprimirlas, presupone una cierta identifica-
ción).
Deleuze nos muestra la radicalidad de esta
postura al poder hacer propiamente de una
cosa que es el arte, un “ser-de-expresión, por
llamarlo de algún modo. Es decir, el obje-
to-arte es algo con una identidad propia que
le permite relacionarse a través del tiempo y
durar. Que lo vuelve eterno en el instante de
cada encuentro en el que se va actualizando a
través del tiempo cronológico.
“El arte es lo que dura, lo que resiste”, nos dice
Gilles. Pues desde un egipcio hasta un mexi-
cano se han visto asombrados por una misma
pirámide: más allá de sus propios procesos in-
terpretativos, perceptuales y categorizadores.
El arte resiste, el arte es algo propio, tiene una
identidad en el punto de que posee en sí esa
capacidad de encuentro. Ese ser-de-expresión
que provoca transformaciones en el afecto, en
la identidad de cada uno de nosotros; y que
puede seguirlos provocando.
Por qué no pensar, entonces, en mi propia
identidad como un ser-de-expresión. Por qué
no pensar en la marca que dejo en mis intér-
pretes como una figura disímil, pero potente;
como una forma de crear mundos en otros
mundos.
Por qué no, tal vez, asumir un mundo construi-
do a «a-contra-luz».▪
Julián Bastidas
Autarquía
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