Social |
El pasado 19 de septiembre nos recordó la“ solidaridad social”, la“ conciencia plena de la situación política del país”, del“ no nos dejaremos más” hasta el“ cambios y promesas a cumplir”. Todo esto entre los de abajo, a los que les suena contingente la palabra“ progreso”. En esa fecha miles de civiles se reunieron – de nuevo – al llamado de ayuda con un único objetivo: salvar al otro ¿ De qué? De la vida, del abandono nacional, de la desesperanza al cambio; del nihilismo socio-político que busca imponernos el eterno retorno de sus viejas prácticas. Contra esta lógica, desconocidos se juntaron en las calles, se tomaron de las manos y se pasaron la vida. El 19 de septiembre se convirtió en la fecha que sacudió la nostalgia en los habitantes de ese sismo del año 85, haciéndose presente en los derrumbes que evocan los paralelismos de los aparentemente distantes periodos que ahora se sincretizan entre sí. Monsiváis escribió Entrada libre como un libro que recoge la memoria de estos sucesos, promesas y secuelas que le legó el DF en el 85 a la actual CDMX, y que ahora sacude la mente de los que piensan en un urgente cambio social. La experiencia del terremoto le dio al término“ sociedad civil”, desde el 85, una credibilidad inesperada y a la par una dificultad: Debemos asumir que no hay algo así como una independencia absoluta, que los recursos estatales y empresariales son lo suficientemente fuertes como para frustrar todo proyecto independiente. Ahora también asumimos que no se trata sólo del evento de una semana, sino de una barrera histórica, una psicología colectiva y una estructura de poder. |
Es entonces que se retrata con mirada crítica los relatos de los jóvenes que se frustraron por el intento gubernamental de sabotear la ayuda civil, por el desvío de los recursos alimenticios para los damnificados bajo una campaña televisada como“ ayuda gubernamental”, en donde también se argüía que era la gente, y no el gobierno, quien obstruía la labor de rescate“ óptima”. Después de que Miguel de la Madrid reconoció por televisión que no tenía“ los recursos necesarios para afrontar el siniestro con rapidez”, se dispara en las cadenas de noticieros el anuncio posterior del presidente:“ Que todos se vayan a sus casas, ¿ a qué van a los sitios de desastres? No contribuyan a la confusión”. Siendo que la confusión la padecían ellos mismos. ¿ Cómo respondió la gente ante estas barreras? Organizándose en grandes masas y“ robándose” la despensa desviada para hacerla llegar a su destino, desobedeciendo al ejército y levantando la voz para ayudar-se, para reforzar el nacionalismo que tanto se había buscado desde los 20’ s y que ahora se escapa a nuestros conceptos. Es decir: ante nosotros estuvo la acción del ser mexicano. Los brigadistas aumentaban cada vez más, pero el gobierno, al ver tanta“ desobediencia civil”, estructuró una campaña de“ normalización” ¿ De qué normalización se habla? Se exigieron peritajes, se impidió el paso a los edificios más dañados para sus previas“ investigaciones”, mientras a la gente le invadía el rencor ante tal represión. De pronto salieron a flote los frutos de esta campaña: una devastación ecológica del valle de México, contratos y |
transacciones que se hicieron en el“ peritaje”. Se aclara entonces la fragilidad de México, tan a fondo como les fue posible. Millones de mexicanos captaron la fragilidad de un país( des) hecho a base de persistente lucro y potenciado por la desesperación popular. ¿ En dónde vivimos y a quién encomendamos nuestra seguridad? Éstas se convierten ahora en las preguntas nacionales. Mucho se avanza cuando los ciudadanos dejan de esperarlo todo del presidente, cuya estatua abstracta de dispensador de bienes se erosiona a diario al darse a nivel popular una convivencia que prescinde por completo de él. El extremo de esta relación se da en la“ pérdida de la credibilidad”(¿ caída del presidencialismo?): el que no se les crea a los gobernantes no significa que abandonen el mando, pero describe un gobierno que ya no dispone de las resonancias habituales, de la ingenuidad popular como espejo de las proezas inexistentes, de la complicidad que suprime y modela la memoria. Pero si esta“ estatua” ya se ha erosionado al punto de que los discursos no hacen ningún eco popular, ¿ qué la sostiene? Un sistema económico que encuentra en ella su mejor aliada: intereses comerciales, especulación inmobiliaria, todo detrás de una parafernalia política que estimula la irresponsabilidad, el auge criminal de la industria de la construcción. Qué curiosa coincidencia: el caos que se creía fruto del temperamento latino, no era sino el irónico nombre de la voracidad capitalista. Voluntarios, damnificados, periódicos y demás nos informan con detalle el ritmo de violaciones a la ley. |