Psicología
Sin reservas podría atreverme a señalar cómo tenemos a la
locura, como muchos otros términos hoy día, en un imagina-
rio plural y contrastante: romantizado e idealizado en esta-
dos mentales artísticos; marginalizado y temido en nuestros
círculos sociales; insidiosamente presente en las situaciones
afectivas que más llaman nuestra atención; en extremo vul-
nerabilizado, acariciado y condescendido por nuestra sen-
sibilidad “humanista” moderna; y por último, sobrevendi-
do seductoramente en los medios de comunicación en las
películas más taquilleras, las series más estimulantes y las
historias más inolvidables. Pero, ¿qué clase de experiencia
subjetiva es la locura? O más radicalmente, ¿el loco es?
No sé si, como Foucault pretendió, es posible historizar lo
que por naturaleza ha sido largamente caracterizado como
“alterno”, “aislado”, “incoherente”, “oscuro”, “incompren-
sible” o lo más radicalmente “otro”. ¿Es la locura una ca-
tegoría, una disposición afectiva, un mito, un adjetivo para
ahuyentar al diablo? ¿Es una piedra, como en la famosa
pintura o el infame poemario de Pizarnik? Tampoco estoy
segura de a quién habría que preguntar porque, ¿qué clase de
respuesta obtendríamos de lo que pretendemos disfrazar de
loco desde inicio? Es bien sabido que cuando alguien habla
y no se le entiende, cuando alguien señala algo que “no está
ahí” o interpreta erróneamente nuestros mensajes e intencio-
nes hacia él o ella, solemos decir que está loco. Porque pa-
rece vivir en un mundo propio, poseer un lenguaje privado o
destinar sus acciones a no sabemos qué personajes, con qué
creencias o convicciones que, al menos a los otros, no nos
son lógicamente evidentes.
Lo que sí puedo decirles es que se trata del objeto de estudio,
de caza en algunos casos, de la psicología, la psiquiatría y
el psicoanálisis. Estas disciplinas, más las primeras dos que
la última, si tomada en serio, alimentan sus investigaciones
con innumerables ejemplos, casos, descripciones y desajus-
tes químicos que prueban que la locura es algo que daña a
la mente, al individuo, la sociedad y la ética. Pero más allá
de cuestiones descritas desde una distancia higiénica de los
confusos paisajes mentales de estos individuos, cuya expe-
riencia está mejor plasmada por Goya o el Bosco que por
un Dalí, que usa la locura como reflexión metafísica y no
como tormento, no sabemos exactamente “en qué mundo
viven”, “qué cosas ven”, “qué cosas saben”. Y fuera de este
relativismo subjetivo, para no elaborar un himno más a la al-
teridad, hay que decir que la locura es algo intrínsecamente
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Autarquía
tortuoso. Una desolación y fragmentación angustiosa a
lo Yves Tanguy en que cuerpo, partes del cuerpo, mente,
partes de la mente, uno y otro(s) yacen terroríficamente
confundidos. Y estas estructuras subjetivas no pertenecen
simplemente a lo carnavalesco de un síntoma o persona-
je “psicótico”, sino que formas de locura habitan en toda
mente racional, vida inteligente, conformación neurótica,
personalidad, “humanidad” en última instancia.
El psicoanálisis es una disciplina que se atreve a mirar den-
tro de “los demonios que moran el alma humana” dijo Freud
alguna vez, de manera que nunca es posible “salir indemne
de esa lucha”. Existe una gran variedad de epistemologías,
terapéuticas, estudios o ciencias que miden el perímetro de
la locura, o bien, buscan erradicarla. Muy pocas intentan
verdaderamente conocerla. Precisamente porque implica
tentar las complejidades de la mente, el conocimiento y la
subjetividad. Y parece que eso hoy nos causa dermatitis.
Por lo tanto, me enfocaré en la perspectiva psicoanalítica
para explicar algunas nociones básicas e intuiciones que
nos han guiado a considerar que, como Melanie Klein o
Wilfred Bion dirían, las partes “psicóticas de la mente con-
viven con las no psicóticas”.
Psicosis, en nuestro argot, es “locura” para el resto de la
humanidad. “Psicótico” es alguien que no tiene contacto
con la realidad simbólica representada por la mayoría de
los individuos circundantes que comparten un lenguaje, un
cuerpo o una cult