Autarquía numero-cinco | Page 13

Podemos hablar de un ejemplo actual: la obra de Jill Magid, The Proposal. Para esta pieza la artista nortea- mericana exhumó de la rotonda de los hombres ilustres 525g de cenizas de Luis Barragán, las cuales fueron utilizadas para fabricar un anillo de compromiso. Con éste, Magid propondría a Federica Zanco, propietaria del archivo de Barragán —ubicado en The Barragan Foundation de Basilea, Suiza—, que abriera el archivo al público y, de ser posible, lo trasladara de regreso a México. Esta pieza forma parte de la actual exposición Una carta siempre llega a su destino, en el MUAC. En un reportaje para Proceso, el arquitecto Fernando G. Gortázar describe la historia detrás de la pieza como “ […] una de las historias más enfermizas, retorcidas, os- curas y desagradables que yo conozca […]”. Al mismo tiempo menciona que “si hay autoridades involucradas en la profanación, deben dar la cara [...] y si hay respon- sabilidades legales que fincar, que se hagan, incluyen- do a Magid, quien está violando una de las tradiciones mexicanas más arraigadas: el respeto a los difuntos.” En cuanto al ámbito del arte contemporáneo, Cuauhté- moc Medina calificó como “moralistas e inocentes” las acusaciones y la polémica generadas. Gortázar, por su parte, cuestionó el papel de las diferentes autoridades al no defender “la norma” y no respetar la tradición mexicana. En el otro extremo, Medina define la norma a partir de lo que para él es una lógica de convivencia social: “lo que no está prohibido, está permitido”. La noción de lo cuerdo se determina a partir de pactos en- tre los diferentes ámbitos sociales. El artista ha tomado licencia para incidir y actuar dentro del mundo de los cuerdos, pero desde la propia polaridad de la locura y con sus propias reglas. Aquí surge una serie de cuestionamientos acerca del papel del artista y de su obra y sobre la recepción que de ellos se tiene: ¿hasta qué punto la obra del artista expande nuestros márgenes de la cordura y hasta qué punto los reafirma? En el caso de la obra The Proposal, ¿la respuesta reprobatoria del público refuerza la tradi ción mexicana de respeto a los muertos? O, como en el caso de La fuente (Duchamp, 1917), donde el simple hecho de realizar la obra y de su existencia, ¿ampl ía eso nuestra idea de cómo se debe o no tratar a la muer- te? ¿Es el artista el único capaz de ampliar las ideas de cordura o es al único al que, socialmente, se le permite hacerlo “en nombre del arte”? En un tiempo de crisis como el actual, en el que las instituciones que expresan la cordura, convenidas por la mayoría, distan plenamente de cualquier represen- tatividad operando más bien dentro del margen de la locura, la claridad de los polos se vuelve difusa. ¿Desde qué margen podemos juzgar una acción como cuerda o delirante si la representación de “la mayoría” no es fiel? ¿Se está llegando a un relativismo absoluto? ¿Será que el rol del artista es devolvernos la claridad sobre es- tos polos, ya sea rompiendo con acciones concretas los conceptos abstractos que construyen nuestra realidad para así devolverles la forma? ¿O traspasando los lími- tes de lo que consideraríamos posible, según nuestras tradiciones y normas, para reabrir una conversación so- bre los valores que teníamos olvidados? Las respuestas no son claras. Por vocación, el arte y el artista ejercen un papel de labradores dentro de las nociones de cordura y de locura, las cuales se modifi- can a lo largo del tiempo. Inciden, amplían, ajustan o restringen los bordes de estas nociones. Los cuerdos, por su parte, reaccionan a la obra pasiva o activamente, reprobando o aplaudiendo las producciones artísticas. Independientemente de la respuesta, el acto de realizar la obra y de materializar un concepto incide en la rea- lidad: traer materia nueva al campo de lo tangible lo vuelve existente. Hasta qué punto la existencia de algo lo posiciona inmediatamente en el polo de la cordura es incierto. Habrá que ver si en un par de años celebramos el día de muertos en joyerías.▪ Camila Burbuja Autarquía 13