El loco se resiste a dejarse asimilar por lo que los muchos consideran sano, en esto reside
su lucha: “Debemos mezclar lo que se considera sano, con lo considerado enfermo. ¡Voso-
tros los sanos! ¿Qué cosa significa vuestra salud?” pregunta Domenico a viva voz, voz que
parece ser la misma que emana visceralmente del Zaratustra de Nietzsche, otro loco:
“La gente tiene su pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche:
pero honra la salud. ‘Nosotros hemos inventado la felicidad’ —dicen los últimos
hombres, y parpadean”.
En el mundo de los cuerdos la homogenización parece ser condición necesaria
para la felicidad y la locura representa un residuo señalado como amenaza. Son
ellos, los últimos hombres, los que han inventado la felicidad; es el loco el que
la altera.
A Domenico, sin embargo, la sociedad no se le opone a manera de coac-
ción física, sólo es ignorado, abandonado a su suerte, es un expulsado de
la sociedad, un exiliado perteneciente a los de la estirpe de Caín. Tiene
la mancha. La voz de Domenico, esparcida por todos los vientos del
mediterráneo, se deshace ante la sordera de los últimos hombres. El
loco se expresa en otro idioma que ya nadie entiende, ajeno al discurso
hegemónico, dominante, ajeno al sentido común y la opinión pública.
Es ese idioma ignorado el que pregona la nostalgia —palabra que le
da título a la película.
Ni el poeta, ni Tarkovski, ni Domenico, extrañan, sino que sienten
nostalgia. Esta diferencia que me atrevo a plantear dota de sentido a
la película. Extrañar, a diferencia de la nostalgia, es un verbo, es de-
cir, implica el emprendimiento de una acción. Esta acción se da como
un procedimiento en donde algo que nos es familiar se nos torna extra-
ño; no es un des-conocimiento de algo, sino un re-conocimiento de algo.
Esto es: conocer a las cosas, volver a las cosas, de una manera distinta.
La nostalgia, en cambio, se opone a este proceso de re-conocimiento. En
la nostalgia se pretende dejar intacto el conocimiento que se tiene sobre el
obje