Política
“ América no es Europa, ni la Gran Colombia es Francia, ni yo soy Napoleón” 1 Simón Bolívar.
Se nos exige ser libres. La libertad es la moral a ejercer; no ser libres es inmoral. Y esta exigencia es monótona, insistente. Eso que los estadounidenses llaman « arte », se nos impone a nosotros cotidianamente como una propaganda que va más allá de lo político; si en un régimen totalitario se puede hablar de « politización », en el capitalismo voraz hay que hablar de « culturalización ». A un pueblo se le somete políticamente, pero el sometimiento es superficial, vulnerable. Si lo que se quiere es inmunidad ante esta vulnerabilidad, entonces no se debe « someter » sino « dominar »; a un pueblo se le domina culturalmente, esto es: rehaciendo su historia, contándole un relato de sí mismo, vendiéndole una identidad. México no es un pueblo sometido, es un pueblo dominado. Peor: es un pueblo que, a mi parecer, se encuentra en la transición de dos dominaciones distintas, y dicha transición bien podría explicar el Estado fallido que poseemos. Al principio fue el verbo. En efecto, el sometimiento cristiano que después devino culturalización al momento en que el dominante habló por los dominados, impuso el verbo, el logos, el logos cristiano. Para los griegos, el logos es un término polisémico que expresa, principalmente, « palabra » y « razón ». Al filósofo griego el logos le sirve para ver( ἀλήθεια) y para aprehender aquello que ve. Esto constituye la superación de la doxa, el brillo primero que ofusca al hombre que recién sale de la caverna. El logos, pues, se le presenta siempre al griego como aquello de lo que tiene que apropiarse si es que desea ver. El hombre tiene que apropiarse del logos y con él develar lo que « está ahí ». Este proceso de apropiación es lo que, incluso, Heidegger denomina « fenomenología »:“ hacer ver desde sí mismo aquello que se muestra, y hacerlo ver tal como se muestra desde sí mismo” 2. Pero para el hombre cristiano no es así, el logos posee otra connotación y el hombre debe poseer, también, una actitud distinta ante el logos. El verbo cristiano es“ El verbo” por antonomasia. Jesús representa la encarnación del verbo, del logos. Dios crea a través del verbo. El verbo se presenta, entonces, como mediación entre el creador y lo creado. Pero el hombre, como creatura, no puede suprimir esta mediación que lo separa de Dios, del absoluto, a partir de la comprensión del logos. En el cristianismo, la comunión del hombre con Dios no se da en la apropiación del logos, sino en una sumisión a él, al verbo que es « El verbo », a la palabra de Dios que es « La palabra ». El verbo cristiano no exige comprensión, sino sumisión. Al indígena no se le invita a abrazar la fe cristiana, se le obliga.
El conquistador le ofrece al indígena una disyuntiva a modo de falsa libertad:“ la espada o la cruz”. Aquí no hay decisión porque a la decisión le es inherente una tendencia hacia algo que se quiere; no es que el indígena « quiera » la cruz, es que « no-quiere » la espada. Así, pues, la disyuntiva es, de hecho, un imperativo: sé cristiano. Pero la historia de México-que siendo un poco arriesgado podría extrapolarla a eso que hoy llamamos Latinoaméricano es la historia de todo el continente americano. La América sajona cuenta otra historia, una historia cuyos supuestos cosmovisionales se expandirán luego por el mundo a modo de películas hollywoodenses. Si el cristianismo de la Europa del sur exigía un ciego acatamiento del logos, el protestantismo que se desarrolla en Europa del norte exhorta, como en Grecia, a una apropiación de éste. Lutero hace la diferencia. Lutero es a la cultura occidental actual lo que Prometeo es a la mitología griega; Prometeo le entrega a los hombres el fuego, Lutero la palabra. La historia no es una secuencia de hechos necesarios, pero es fácil reconocer que de la traducción luterana de la biblia para garantizar su comprensión y su libre interpretación, al desarrollo del concepto de“ individuo” sobre el que se asentará el protestantismo y el contractualismo de los filósofos de la escuela de Oxford, sólo habrá que dar un paso. Al hombre protestante ya no se le exige « sumisión » ante un verbo que tiene por mediación la iglesia católica apostólica romana, sino « libertad », libertad de interpretación, de apropiación del verbo. El europeo del sur, incluidas sus colonias en américa, es un « insularius », término que se utilizaba para designar a un inquilino de una casa, es decir, es un inquilino en el mundo; el europeo del norte, incluidas también sus colonias americanas, es un « individuo », dueño de su casa, su casa que es el mundo, el « Orbis Terrarum ». De este modo, mientras en el mundo cristiano nos encontramos ante un « salvacionismo »( el hombre que se aferra al logos, al logos que no comprende, esperando ser salvado), en el mundo protestante lo que opera como supuesto cosmovisional es el « decisionismo ». El hombre cristiano debe de acatar el logos; el hombre que está dentro de un paradigma protestante debe de ser libre. No puede haber república ahí donde no se obedece dicho imperativo; el estado republicano es la suma de voluntades individuales. Esto es la democracia. No hay democracia si no hay hombres que asuman su libertad; al menos este es el cuento.
1
Leopoldo Zea, Discurso desde la marginación y la barbarie, Anthropos: 1988, p. 124.
2
Martin Heidegger, Ser y tiempo, Trotta, Madrid, 2014, p. 35.
18 Autarquía