Foto por: Inés Gutiérrez
Foto por: José Antonio Lama
Algunas personas con sentido religioso,
llenos de buenos deseos de servir a Dios,
llegaban a estar con él. Sólo duraban unos
minutos, pues, después de todo, ¿qué podían hacer con Chon cuando él ni siquiera
hablaba, cuando ni siquiera entendía? Los
voluntarios, deseosos de servir, se sentían
activos, llamados a hacer cosas, a atender
a pacientes y hablarles de Dios. Chon no
cubría esos requisitos. Sólo estaba ahí, tal
vez como Jesús en la cruz. ¿Cuántos pasarían al lado de la cruz y, después del morbo
que eso podría provocar, continuarían con
su camino?
Cuántas veces les escuche decir: “¡Pobre
hombre!”. Pero, ahí donde los sueños y las
esperanzas se ven superados por la realidad
de un sólo hombre, sólo se pueden estar
unos pocos minutos. Tal vez todos huían
con cierta rapidez porque no querían pensar
que eso les podía pasar también a ellos o a
alguien a quien aman. Prefieren evitarlo, ver
desde lejos, lamentarse y huir.
La vida infrahumana cuestiona a cualquiera;
durante los minutos en los que se estaba con
él, uno comenzaba a cuestionar las instituciones, la pobreza en la que vive la gente en
el país. Ahí se morían muchas imágenes fal-
sas que se tienen de Dios, sí, de ese Dios
que no baja a su hijo de la cruz. Ahí se
podía vivir el sinsentido de la ausencia
divina, que se asemeja a la no existencia.
Se cuestiona la facilidad de dudar de
Dios, de las instituciones, de las creencias, pero con el estómago lleno y un
lugar dónde dormir, pero, ¿qué pasa
cuando se duda de todo esto no teniendo
nada?
Chon murió y nadie le lloró, no lo velaron, ni le dieron un lugar para su cuerpo,
dejó de existir, como lo hacía desde hace
mucho tiempo.
Autarquía
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