“La muerte de Dios
pesa sobre los hombros de los hombres
como un cadáver a
mitad de un bosque
oscuro.”
Las cruentas guerras y revoluciones que siguen a la filosofía de Nietzsche (revoluciones latinoamericanas,
primera y segunda guerra mundial, guerra fría, etc.),
pueden leerse como ese caer en cuenta de la muerte de Dios, y la lucha por la imposición de valores,
como la reacción violenta de la humanidad ante el
suicidio del pensar mismo.
Sin embargo, después de toda la violencia del siglo
pasado, resolvimos -al menos como cultura occidental- que queríamos la libertad, resolvimos que
queríamos el querer; a esto terminamos por llamarle
individualismo y la modernidad, a través de la complacencia del consumismo, resolvió también nuestro
deseo de libertad, como diría Byung-Chul Han, con
el imperativo: sé libre. Y en esta obligación de ser
libres, en esta obligación de ser niños, de acatar la libertad, terminamos por adoptar relatos que, en teoría,
nos permitirían ejercer, a cada quien, nuestra voluntad de poder; ¿No era acaso una voz unísona la que
clamaba por paz, igualdad y democracia durante la
segunda mitad del siglo XX? Ahora, empero, se puede ver como en México la figura dictatorial de Porfirio Díaz resurge de la tierra, se puede ver también
como Colombia vota por el “no” a los acuerdos de
paz, se puede ver como en las elecciones presidenciales de E.U.A se apoya a un personaje fascista y como
en Francia se comienza a optar por un gobierno de
“mano dura” ante el fallido intento de integración de
los musulmanes. ¿Podría interpretarse esto como la
añoranza de un escenario perdido, como un intento
de volver a un mundo de valor, a un mundo donde la
existencia quede satisfecha por el deber y no por la
libertad de elección? ¿Será que ante el vacío, el niño
vuelve a desear ser camello?
Foto por: José Antonio Lama
“El niño, ante la vacuidad del mundo,
ejerce su voluntad de
poder, es libre, se ha
liberado del cadáver”.
“-Así comenzó el ocaso de Zaratustra” 3.
1
Piénsese, por ejemplo, que en Kant la idea de Dios se supone como idea reguladora. No se cuestiona, porque el cuestionamiento pertenece a la
razón y la idea de Dios escapa a la razón (al campo de lo fenoménico). La suposición de las ideas reguladoras se legitiman en su utilidad ética.
2
Consecuencia, diría Hume, de echar a andar la razón sin apego a lo fáctico.
3
F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, Alianza, Madrid, 2014, p.62.
Irving Josaphat Montes.
Autarquía
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