El miedo a la libertad
“ Vi al dios sin cara que hay detrás de los dioses.” La escritura del dios.
Borges.
Foto por: Inés Gutiérrez
A mitad de un bosque lúgubre, entre aullidos de lobos y desdibujadas ciénagas, un hombre va andando con un cadáver a cuestas; quienes lo han visto antes, en un pueblo cercano, dicen que es un tal Zaratustra, y que el hombre muerto que lleva en sus espaldas es un bufón. ¿ O quizá sea Dios?, o quizá, sólo quizá, sea el hombre mismo, el último hombre, ese con el que Zaratustra carga y que terminará por abandonar en el hueco de un árbol. Zaratustra sepulturero de dioses, Zaratustra sepulturero de hombres sordos y ciegos, Zaratustra escandaloso, Zaratustra nihilista, Zaratustra león y más tarde niño recién parido, Zaratustra el ermitaño que, creyendo traer consigo la paz, terminó trayendo la espada. A diferencia de lo que usualmente se entiende, no es Nietzsche el filósofo que mata a Dios, Nietzsche es el filósofo que atestigua y evidencia el crimen cometido por los filósofos que le preceden. En el fondo, la muerte de Dios es también la muerte de la filosofía como ese saber que lo pretende todo, un todo que devino en nada. Y si Dios puede entenderse como un concepto que sirve de límite para un pensar que tiende al infinito, entonces el saber totalitario que encuentra Hegel en la afirmación de la contingencia, se puede entender como un suicidio del propio pensar. Dios ha muerto y nosotros lo hemos matado.
Pero la evidenciación del Dios muerto no se agota en un mero anunciamiento; la muerte de Dios pesa sobre los hombros de los hombres como un cadáver a mitad de un bosque oscuro, la muerte de Dios es la pérdida total del sentido, es la cancelación de cualquier verdad que se pretenda absoluta. Asumir esta radical contingencia, es asumir la propia finitud, no sólo de nosotros mismos, sino de todo valor, de todo pensar, de todo actuar, de todo « por qué » y de todo « para qué »; en otras palabras, es asumir el incesante acabarse y reinventarse del mundo. Es Nietzsche quien se apropia, porque no le queda de otra, de este sinsentido, de esta frivolidad existencial, la hace suya, encarna la tragedia del hombre que, repentinamente, se topa cara a cara con el absurdo, ése que, según Camus, se nos puede develar al cruzar las puertas giratorias de algún restaurante. Así, revolcándose en el absurdo como un hombre frenético, Nietzsche presencia el advenimiento del derrumbe de toda pretensión ética; si se ha asumido el sinsentido y la razón ha de poder justificarlo todo 2, ¿ Dónde radicaría la legitimidad de un determinado actuar respecto a otro?, ¿ Bajo qué criterio podemos validar valores? Se trata de recuperar el sentido de la tierra, pregona Zaratustra. Sí. Pero ¿ Cómo?
En la descripción que Nietzsche hace de las tres transformaciones, la figura del niño es la que aparece como la única capaz de, ya asumido el absurdo, crear valores. El niño, ante la vacuidad del mundo, ejerce su voluntad de poder, es libre, se ha liberado del cadáver, el mismo que Zaratustra abandona en el hueco de un árbol, el niño « quiere » siendo ya consciente de su querer, y llena el vacío existencial apropiándose del vacío mismo; el mundo es cúmulo de posibilidades, hacerse cargo de la propia existencia, consiste en elegir posibilidades, positivarlas, y asumirse en ellas. El criterio para este elegir posibilidades, elegir valores, no es otro que el pathos( pasión), la atención a la afección que la realidad, en su inmediatez, me provoca( αἴσθησhις).
4 Autarquía