Antonio Skármeta
preparando sus cosas.
-En Santiago no hay mar. Sólo sastres y cirujanos.
El poeta dejó caer la cabeza contra el vidrio, que se empañó con su
aliento.
-Usted está ardiendo, don Pablo.
Súbitamente, el poeta alzó la vista hacia el techo, y pareció observar
algo que se desprendía entre las vigas con los nombres de sus amigos
muertos. El cartero fue alertado por un nuevo escalofrío, que la temperatura le aumentaba. Iba a anunciárselo a Matilde con un grito, cuando
lo disuadió la presencia de un soldado que venía a entregarle un papel al
chófer de la ambulancia. Neruda se empeñó en caminar hacia el otro
ventanal como si le hubiera sobrevenido un asma; al prestarle apoyo,
supo ahora que la única fuerza de ese cuerpo residía en la cabeza. La
sonrisa y la voz del vate fueron débiles, cuando le habló, sin mirarlo.
-Dime una buena metáfora para morirme tranquilo, muchacho.
-No se me ocurre ninguna metáfora, poeta, pero óigame bien lo que
tengo que decirle.
-Te escucho, hijo.
-Bueno; hoy han llegado más de veinte telegramas para usted. Quise
traérselos, pero como la casa estaba rodeada me tuve que devolver. Usted
me perdonará lo que hice, pero no había otro remedio.
-¿Qué hiciste?
-Le leí todos los telegramas, y me los aprendí de memoria para poder
decírselos.
-¿De dónde vienen?
-De muchas partes. ¿Comienzo con el de Suecia?
Adelante.
Mario hizo una pausa para tragar saliva, y Neruda se desprendió un
segundo, y buscó apoyo en la manilla del ventanal. Contra los vidrios
turbios de sal y polvo, soplaba una ráfaga que los hacía vibrar. Mario
mantuvo la vista sobre una flor derramada contra el canto de un jarrón
de greda, y reprodujo el primer texto, cuidando de no confundir las palabras de los diversos cables.
-«Dolor e indignación asesinato presidente Allende. Gobierno y pueblo
ofrecen asilo poeta Pablo Neruda, Suecia.»
-Otro -dijo el vate sintiendo que subían sombras a sus ojos y que, como
cataratas o galopes de fantasmas, buscaban trizar los cristales para ir a
reunirse con ciertos cuerpos borrosos, que se veían levantándose desde
la arena.
-«México pone disposición poeta Neruda y familia avión pronto traslado aquí» -recitó Mario, ya con la seguridad de que no era oído.
La mano de Neruda temblaba sobre la manilla de la ventana, quizá
queriendo abrirla, pero, al mismo tiempo, como si palpara entre sus
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