ARDIENTE PACIENCIA - ANTONIO SKARMETA | Page 78

Antonio Skármeta preparando sus cosas. -En Santiago no hay mar. Sólo sastres y cirujanos. El poeta dejó caer la cabeza contra el vidrio, que se empañó con su aliento. -Usted está ardiendo, don Pablo. Súbitamente, el poeta alzó la vista hacia el techo, y pareció observar algo que se desprendía entre las vigas con los nombres de sus amigos muertos. El cartero fue alertado por un nuevo escalofrío, que la temperatura le aumentaba. Iba a anunciárselo a Matilde con un grito, cuando lo disuadió la presencia de un soldado que venía a entregarle un papel al chófer de la ambulancia. Neruda se empeñó en caminar hacia el otro ventanal como si le hubiera sobrevenido un asma; al prestarle apoyo, supo ahora que la única fuerza de ese cuerpo residía en la cabeza. La sonrisa y la voz del vate fueron débiles, cuando le habló, sin mirarlo. -Dime una buena metáfora para morirme tranquilo, muchacho. -No se me ocurre ninguna metáfora, poeta, pero óigame bien lo que tengo que decirle. -Te escucho, hijo. -Bueno; hoy han llegado más de veinte telegramas para usted. Quise traérselos, pero como la casa estaba rodeada me tuve que devolver. Usted me perdonará lo que hice, pero no había otro remedio. -¿Qué hiciste? -Le leí todos los telegramas, y me los aprendí de memoria para poder decírselos. -¿De dónde vienen? -De muchas partes. ¿Comienzo con el de Suecia? Adelante. Mario hizo una pausa para tragar saliva, y Neruda se desprendió un segundo, y buscó apoyo en la manilla del ventanal. Contra los vidrios turbios de sal y polvo, soplaba una ráfaga que los hacía vibrar. Mario mantuvo la vista sobre una flor derramada contra el canto de un jarrón de greda, y reprodujo el primer texto, cuidando de no confundir las palabras de los diversos cables. -«Dolor e indignación asesinato presidente Allende. Gobierno y pueblo ofrecen asilo poeta Pablo Neruda, Suecia.» -Otro -dijo el vate sintiendo que subían sombras a sus ojos y que, como cataratas o galopes de fantasmas, buscaban trizar los cristales para ir a reunirse con ciertos cuerpos borrosos, que se veían levantándose desde la arena. -«México pone disposición poeta Neruda y familia avión pronto traslado aquí» -recitó Mario, ya con la seguridad de que no era oído. La mano de Neruda temblaba sobre la manilla de la ventana, quizá queriendo abrirla, pero, al mismo tiempo, como si palpara entre sus 78