ARDIENTE PACIENCIA - ANTONIO SKARMETA | Page 77

El cartero de Neruda pescado en la sartén. -Ya se le va a acabar, poeta. -No, mijo. No es la fiebre la que se va a acabar. Es ella la que va a acabar conmigo. Con la punta de la sábana, el cartero le limpió el sudor que le caía desde la frente hasta los párpados. -¿Es grave lo que tiene, don Pablo? Ya que estamos en Shakespeare, te contestaré como Mercurio cuando lo ensarta la espada de Tibaldo: «La herida no es tan honda como un pozo, ni tan ancha como la puerta de una iglesia, pero alcanza. Pregunta por mí mañana y verás qué tieso estoy». -Por favor, acuéstese. Ayúdame a llegar hasta la ventana. -No puedo. Doña Matilde me dejó entrar, porque... -Soy tu celestino, tu cabrón y el padrino de tu hijo. Gracias a estos títulos ganados con el sudor de mi pluma, te exijo que me lleves hasta la ventana. Mario quiso controlar el impulso del poeta apretándole las muñecas. La vena de su cuello saltaba como un animal. -Hay una brisa fría, don Pablo. -¡La brisa fría es relativa! Si vieras qué viento gélido me sopla en los huesos. El puñal definitivo es prístino y agudo, muchacho. Llévame hasta la ventana. Aguántese ahí, poeta. -¿Qué me quieres ocultar? ¿Acaso cuando abra la ventana no estará allí abajo el mar? ¿También se lo llevaron? ¿También me lo metieron en una jaula? Mario adivinó que la ronquera le subiría a la voz, junto a esa humedad que empezaba a brotarle en la pupila. Se acarició lento su propia mejilla y luego se metió los dedos en la boca como un niño. -El mar está allí, don Pablo. -Entonces, ¿qué te pasa? -gimió Neruda, con los ojos suplicantes-. Llévame hasta la ventana. Mario hundió sus dedos bajo los brazos del vate, y lo fue alzando hasta que lo tuvo de pie a su lado. Temiendo que se desvaneciera, lo apretó con tal fuerza, que pudo percibir en su propia piel la ruta del escalofrío que sacudió al enfermo. Como un solo hombre vacilante avanzaron hasta la ventana, y, aunque el joven corrió la espesa cortina azul, no quiso mirar lo que ya podía ver en los ojos del poeta. La luz roja de la sirena latigueó su pómulo intermitentemente. -Una ambulancia -se rió el vate con la boca repleta de lágrimas-. ¿Por qué no un ataúd? -Se lo van a llevar a un hospital de Santiago. Doña Matilde está 77