Antonio Skármeta
primera carta de mi vida tenía que venir con posdata! Ahora está todo
claro, suegrita. La carta y la posdata.
-Bueno -repuso la viuda-. La carta y la posdata. ¿Y por eso llora?
-¿Yo?
-Sí.
-¿Beatriz?
-Está llorando.
-Pero cómo puedo estar llorando si no estoy triste. Si no me duele
nada.
-Parece beata en un velorio -gruñó Rosa-. Séquese la cara, y apriete el
botón del medio de una vez.
-Bien. Pero desde el comienzo.
Hizo devolver la cinta, pulsó la tecla indicada, y ahí estaba otra vez la
pequeña caja con el poeta adentro. Un Neruda sonoro y portable. El joven
extendió la mirada hacia el mar, y tuvo el sentimiento de que el paisaje
se completaba, que durante meses había cargado una carencia, que
ahora podía respirar hondo, que esa dedicatoria, «a mi entrañable amigo
y compañero Mario Jiménez», había sido sincera.
-«Posdata» -oyó otra vez embelesado.
-Cállese -dijo la viuda.
-Yo no he dicho nada.
Quería mandarte algo más aparte de las palabras. Así que metí mi
voz en esta jaula que canta. Una jaula que es un pájaro. Te la regalo.
Pero también quiero pedirte algo, Mario, que sólo tú, puedes cumplir.
Todos mis otros amigos o no sabrían qué hacer, o pensarían que soy
un viejo chocho y ridículo. Quiero que vayas con esta grabadora paseando por isla Negra, y me grabes todos los sonidos y ruidos que vayas
encontrando. Necesito desesperadamente aunque sea el fantasma de
mi casa. Mi salud no anda bien. Me falta el mar. Me faltan los pájaros.
Mándame los sonidos de mi casa. Entra hasta el jardín y deja sonar las
campanas. Primero graba ese repicar delgado de las campanas
pequeñas cuando las mueve el viento; y luego tira de la soga de la campana mayor, cinco, seis veces. ¡Campana, mi campana! No hay nada
que suene tanto como la palabra campana, si la colgamos de un campanario junto al mar. Y ándate hasta las rocas, y grábamela reventazón
de las olas. Y si oyes gaviotas, grábalas. Y si oyes el silencio de las
estrellas siderales, grábalo. París es hermoso, pero es un traje que me
queda demasiado grande. Además, aquí es invierno, y el viento
revuelve la nieve como un molino la harina. La nieve sube y sube, me
trepa por la piel. Me hace un triste rey con su túnica blanca. Ya llega
a mi boca, ya me tapa los labios, ya no me salen las palabras.
Y para que conozcas algo de la música de Francia, te mando una
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