El cartero de Neruda
revisar concienzudamente el final y luego el dorso.
-¿Eso era todo?
-¿Qué más quería, pues, yerno?
-Esa cosa con «PD» que se pone al terminar de escribir.
-No, pues, no tenía ninguna huevada con PD.
-Me parece raro que sea tan corta. Porque si uno la mira así de lejos,
como que se ve más larga.
-Lo que pasa es que la mami la leyó muy rápido -dijo Beatriz.
-Rápido o lento -dijo doña Rosa, a punto de acabar con la cuerda y el
paquete- las palabras dicen lo mismo. La velocidad es independiente de
lo que significan las cosas.
Pero Beatriz no oyó el teorema. Se había concentrado en la expresión
ausente de Mario, el cual parecía dedicarle su perplejidad al infinito.
-¿Qué te quedaste pensando?
-En que falta algo. Cuando a mí me enseñaron a escribir cartas en el
colegio, me dijeron que siempre había que poner al final PD y después
agregar alguna otra cosa que no se había dicho en la carta. Estoy seguro
de que don Pablo se olvidó de algo.
Rosa estuvo escarbando en la abundante paja que rellenaba el paquete, hasta que terminó alzando con la ternura de una partera una
japonesísima grabadora Sony de micrófono incorporado.
-Le debe haber costado plata al poeta -dijo solemne. Se disponía a leer
una tarjeta manuscrita en tinta verde, pendiente de un elástico que circundaba al aparato, cuando Mario se la arrebató de un manotazo.
-¡Ah, no señora! Usted lee demasiado rápido.
Puso la tarjeta algunos centímetros delante, como si la calzara sobre
un atril, y fue leyendo con su tradicional estilo silábico: «Que-ri-do
Ma-ri-o dos pun-tos a-pri-e-ta el bo-tón del me-di-o».
-Usted se demoró más en leer la tarjeta, que yo en leer la carta -simuló
un bostezo la viuda.
-Es que usted no lee las palabras, sino que se las traga, señora. Las
palabras hay que saborearlas. Uno tiene que dejar que se deshagan en
la boca.
Hizo una espiral con el dedo, y enseguida lo asestó en la tecla del
medio. Aunque la voz de Neruda fue emitida con fidelidad por la técnica
japonesa, sólo los días posteriores alertaron al cartero sobre los avances
nipones de la electró